Page 122 - El disco del tiempo
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LEJOS de Creta, el supremo artífice se había labrado una nueva vida. Se había
               transportado en su nave ligera, en la proa un hipocampo labrado, en la popa el
               nudo del papiro. Las velas por él diseñadas aprovechaban al máximo el soplo del

               viento. Quienes lo vieron pasar tomaron las velas por alas y al enterarse que el
               navío transportaba a Dédalo lejos de las iras de Minos, se alegraban y encendían
               una lámpara para acompañar su buena suerte. El divino artífice desembarcó en
               Trinacria, la isla de las tres puntas, que pueblos posteriores llamarían Sicilia, la
               tierra de los sículos. Los habitantes saludaron su genio y le ofrecieron
               hospitalidad y encomio para sus creaciones. Dédalo entretuvo su ocio labrando
               magníficos edificios y pergeñando creaciones llenas de ingenio que por
               desgracia borró el tiempo.


               Cuando Dédalo huyó de Creta, tratando de escapar del odio y de las galeras
               poderosas de Minos, llevó su barco en forma de hipocampo con las velas
               dispuestas como alas al viento. Marchó bordeando la orilla y trasladó en una
               hoja de papiro los contornos percibidos de la isla de Pasífae: seis puntas en una
               forzada media luna, y las cien ciudades de poderío marcadas en su superficie.
               Fue durante esa travesía que Ícaro, su joven hijo, timoneaba con descuido la
               estrecha embarcación y cayó al mar.


               El padre no podía detenerse a llorarlo, como era también imposible hacerle un
               túmulo en medio del océano. No le quedaba más que seguir confiando en el
               viento y en la estructura ligera de la embarcación. Dédalo había tenido miedo,
               pues sabía que la ira de Minos era de larga sombra, pero después de perder a su
               hijo también perdió el miedo y pensó tristemente que una gran desgracia puede
               inmunizarnos contra las desgracias cotidianas. Ya en la isla triangular de su
               destino, dejaba vagar su mente en busca de entretenimiento para sus dedos de

               artífice y puso gran atención en la realización de su mapa. Serviría a los
               navegantes posteriores, a los que se aventuraran a viajar a Trinacria, la isla de los
               sículos. Sería el mapa la clave del laberinto que era el mar, que tantas vidas de
               marinos había cobrado y a tantas mujeres había secado los ojos de llorar a los
               ausentes.


               Al terminar el mapa de la Tierra, pensó que una empresa más digna de su genio
               sería el pergeñar el mapa del mar. ¿Mapa del mar? Él, que había dotado de
               movimiento a las estatuas, ¿podría fijar los perfiles del océano, del que sin cesar
               se mueve, del que borra costas y arrastra piedras y con su lengua enorme lame
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