Page 123 - El disco del tiempo
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los pies de la diosa Tierra?


               —El mar es un laberinto, con sus monstruos y sus víctimas. Sus árboles
               ondulantes y sus toros del mar —se dijo.


               Y Dédalo recogió las memorias de sus viajes, casi siempre huyendo, conspicuo
               delincuente de genialidades sublimes y pequeños instrumentos cotidianos que
               transformaron el continente y las islas. Y cuando en la isla de las tres puntas, en
               Sicilia, la amada del sol se puso a trazar su inmóvil mapa de lo móvil, los

               recuerdos se convertían en voces que lo asaltaban, robándole la tranquilidad que
               el artífice demanda.

               —¿La sierra? Simplemente observé la quijada de una serpiente. ¿La rueda del

               alfarero? ¿El torno? Traer al movimiento a las manos del artesano. ¿La plomada?
               ¿El pegamento? ¿El agua corriente?¿Eso fue un crimen? ¿Por qué los atenienses
               me expulsaron y tuve que ir a mendigar la hospitalidad de Minos?


               —Confiésalo, artífice… ¡Porque asesinaste a tu sobrino Talos! Porque todas esas
               cosas que dices no las inventaste tú, sino Talos.

               —Eso es mentira. Fueron mis inventos. A Talos lo asesinaron y el Areópago

               decidió que yo había sido el culpable. Votaron, ¿sabes?, democráticamente.
               Escribiendo la sentencia en un pedazo de vasija que había sido elaborada en el
               torno que inventé… Y me sentenciaron a muerte. Me lancé al mar y confié mi
               suerte a un barco con proa en forma de hipocampo y lo doté de velas ligeras y
               conocí el mar como nadie. Llegué a Creta, a la resplandeciente, y Minos cerró
               los ojos ante mi pasado siempre y cuando labrara los palacios de su
               magnificencia.


               —Pobre Talos, arrojado a un precipicio. Rota su cabeza, y todo por haber
               resultado más ingenioso que su tío, Dédalo.


               —¿Quieres callar? No fue así. Mi sobrino resbaló. El Areópago me halló
               culpable. La jauría de magistrados retirados que controla Atenas, que pasa por
               encima del rey y que se deja sobornar y priva a los campesinos de sus tierras.


               —Pasas la culpa a otros, ¡oh Dédalo!


               —¿La culpa? Si hay culpa, ésta se anidó en mi corazón cuando vi a la
               omnibrillante Pasífae. Me enamoré de ella como un loco, me entregué a la
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