Page 128 - El disco del tiempo
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CASI amanecía, Nuria estaba sola en su habitación de la posada de Kyria
               Vroula, y aunque había dormido muy poco esa noche, no tenía sueño. Meditó en
               las experiencias recientemente vividas y las evaluó. Las imágenes que cercaban

               su mente y la desvelaban en esas horas de la madrugada eran las que había
               entrevisto en Anemospilia, las que su subconsciente le había proyectado desde
               las profundidades de su cerebro o desde todavía más lejos.


               —¿Será posible? —pensó— ¿será posible ver tan claramente acontecimientos
               remotos en el tiempo? ¿O simplemente tuve alucinaciones…?

               Se incorporó en la cama en que estaba acostada y encendió la lámpara de su

               mesa de noche, en donde había puesto una hoja de papel con una reproducción
               fotográfica del lado “A” del Disco de Festos. Nuria tomó la hoja y contempló el
               diseño del disco…


               Una espiral. Un sencillo dibujo que atraía la mirada hacia su centro, como un
               pozo atrae al que se asoma a su brocal. Nuria lo sostuvo en su mano y se dejó
               llevar, no pensó en nada.


               Simplemente se deslizó por las espirales del Disco de Festos y se vio
               empequeñecida, surcando los pétalos de la flor del centro . De pronto, se
               encontró en un soleado jardín sembrado con bellas flores de corolas violeta. La
               delicada y ligera estructura del cuerpo de un pequeño mono pasó a la carrera,
               casi rozándola. A la sombra de un alto arbusto, distinguió una silueta masculina
               y se aproximó para mirarla bien. Era un joven no muy alto, moreno, de facciones
               finas y ojos magníficos, que llevaba en la mejilla un extraño tatuaje: dos aros
               azules . Nuria entrecerró los ojos y aspiró el aire tibio. Se sintió aliviada y feliz.
               Percibió que ni el pequeño mono ni el joven podían verla y asumió que se
               encontra- ba en una situación de privilegio. ¿Un sueño? Tal vez. No quería salir
               de él.


               El joven de las mejillas tatuadas tenía dos objetos entre sus manos. Nuria pudo
               distinguir claramente una espiga de trigo en su mano izquierda. En la otra,
               sostenía un disco de arcilla color miel con signos grabados. ¿El disco? Sí, Nuria
               supo que el joven lo había hecho y cerró los ojos.


               Cuando los volvió a abrir, el joven se había levantado del jardín y caminaba por
               sus múltiples senderos . Se detuvo frente a un mazo de flores violetas, las rosas
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