Page 125 - El disco del tiempo
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de Dédalo durante su estancia en la isla triangular de los sículos. Tan absorto
estaba tratando de alejarlos que no sintió los pasos de la mayor de las hijas de
Cócalo, Sikelia, la de hermosa cintura.
—¿En qué invención te empeñas ahora, artífice?
Como quien sale de un sueño, Dédalo miró el rostro de Sikelia. Encontró en sus
ojos un destello ajeno al interés por sus obras.
—¿Qué vas a regalarme hoy, artífice?
—Un pendiente con la forma de tu isla, princesa.
—¿Trinacria? ¿Un triángulo? Viniendo de tus manos ha de tener un resorte
interno, tal vez un ingenio que me permita escuchar la voz de las olas.
—Simplemente es tu isla, hecha de oro.
—¿Y esa otra forma, que funden tus manos?
—Es la otra isla, la que yace al oriente de la tuya, Creta, la resplandeciente.
—Me gusta más que la mía. ¿Me la regalas?
—Nunca digas no a una princesa. Es tuya. Las dos. Las dos son tuyas.
—Gracias, artífice. Mis hermanas querrán colgar de sus cuellos de alabastro
pendientes semejantes. ¿Harás otros para ellas?
—Si no he dicho nunca no a una princesa, mucho menos a cinco princesas…
Los pendientes que Dédalo hizo para las princesas de Trinacria fueron imitados
por los orfebres de la isla. Los perfiles de Creta y el triángulo siciliano pendían
sobre los gráciles cuellos, formas que se hicieron comunes, formas entre las
formas. Triángulo y perfiles viajaron sobre las ligeras naves de arboladura de
papiro y se vendieron en los mercados de Knossos y llegaron hasta Chipre, la
isla del cobre. Un par de ellos —triángulo y perfil— fueron entregados por un
mercader cretense con la mejilla tatuada a un pintor del Palacio de las Hachas
Dobles.