Page 147 - El disco del tiempo
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—Vayamos a Egipto, el eterno. La casa del faraón apreciará tu arte y olvidarás

               Creta, la casa de la muerte —dijo Nefereset.

               —Éste es mi hogar, no conozco otro…


               —De él queda solamente polvo, tus reyes están muertos ¡oh Aléktor! Tus dioses
               castigan a Creta, vayamos a Egipto. En las noches susurrantes de perfumes verás
               cruzar por el cielo la barca sagrada, lleva al Sol, un tierno niño que adquiere alas
               poderosas de halcón durante su viaje y vuela sobre Egipto y convierte su sangre

               en oro.

               —Se hará como dices, hija del Nilo, pero antes, buscaré a mi maestro… Le
               hablaré de sus construcciones rotas y del rey derrotado.


               Y el artífice y la egipcia confiaron su suerte a una ligera embarcación que con
               rumbo a la isla de las tres puntas llevaba su carga de asustados y fugitivos
               sobrevivientes del gran sismo, afortunados que tenían parientes o amigos en

               Trinacria y más al Oriente, en la isla del cobre, Chipre, amada de las olas.

               Aléktor cargaba el dolor de su mundo perdido cuando pisó el suelo de Trinacria.
               Había creído ver, durante la travesía, la silueta del Agitador de la Tierra, vestido

               por las aguas, coronado de espuma y con su tridente hiriendo el dorso del mar.
               ¿Más desgracias sobre Creta?, ¿era el fin, el espantoso e ineludible fin de la
               talasocracia? Buscó a Dédalo y no tardó en encontrarlo. En el taller del palacio
               de Cócalo se entrevistó con el artífice.


               —Maestro, cumplí tu encargo. Entregué el disco a los guardianes de Festos, pero
               el Agitador de la Tierra se levantó contra Creta, se abismaron los palacios, las
               gráciles columnas, los rientes espejos de agua… se cerraron los ojos de los
               Grifos en la Sala del Trono de Knossos. Yo salí de los escombros, hacia la vida,
               tomado de la mano de una bella bailarina egipcia.


               —Los planos sobreviven, el trazado del laberinto conservará su mensaje a través
               del tiempo, más allá de sus muertos, ¿comprendes? Y el disco llegará, cruzará el
               tiempo como la barca de la noche, el laberinto y el hacha doble, como el espíritu
               de mis ingenios…


               —Artífice, tengo otro disco. La princesa Ariadna me ordenó hacerlo, hace
               tiempo, después de un sueño que tuvo. Un sueño premonitorio, en el que los
               númenes le anunciaban que el final de Creta vendría del mar, bajo la forma de un
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