Page 148 - El disco del tiempo
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toro divino.
—¿Cómo lo hiciste? ¿Con los sellos de oro que te entregué en su momento?
—No, la princesa ordenó que escribiera sobre la arcilla fresca, los grabé a mano,
con una punta, ¡oh artífice!
Alektor entregó a Dédalo el disco de Ariadna, el maestro lo observó
detenidamente.
—No es un mensaje de esperanza, los signos caminan hacia la nada… El final
atisbado por Ariadna no entraña el nacimiento de otro mundo, sólo el frío de la
noche y la ola inmensa del mar son convocados. Mi mensaje predice el
cataclismo de los mundos, lo que está empezando a ocurrir, pero brinda
directrices para la creación de los mundos venideros, ¿qué harás con el disco de
Ariadna?
Aléktor se encogió de hombros.
—No lo sé, tal vez conservarlo, lo llevaré conmigo. Iré a Egipto, a la tierra del
Gran Verde, mi egipcia ha dicho que el Agitador de la Tierra no tiene ahí su
dominio, que las arenas son eternas y el horizonte no se convulsiona como lo
hace la copa del mar.
—Es tu destino… los egipcios se preguntan por qué han comenzado a faltar los
mercaderes cretenses —los kheftiu, así los llaman— en estos últimos meses…
hasta los oídos del faraón han llegado las noticias de la tragedia. Yo me quedaré
en esta isla, pues así lo ha decidido una mujer de hermosa cintura.
—Que los dioses te sean propicios, ¡oh Dédalo!, pero antes de irme, te pido que
marques mis mejillas con los aros de los kheftiu, para que nunca olvide mi isla y
los egipcios reconozcan mi origen cretense.
Y Dédalo dibujó con pigmentos azules, luminosos e indelebles, obtenidos de las
algas de Trinacria, los aros de Creta en las mejillas de Aléktor, el pintor de la
Casa de las Hachas Dobles.