Page 153 - El disco del tiempo
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que quedaban, corrió la voz del regreso de Minos, su exterminador, y se
enterraron como cangrejos en la arena.
Pero Minos, esta vez, no perseguía a los piratas, perseguía a su destino, sin
acabar de enterarse que era al revés, que el destino lo acosaba a través de un
laberinto de islas resplandecientes y de mares sombríos, y por fin se encontraron,
en Trinacria, que también era la isla del Sol.
De rey a rey, Minos exigió a Cócalo la entrega de su ilustre huésped, el artífice
que tenía cuentas pendientes en Creta. Sikelia, escondida detrás de un muro,
palideció. Era Minos, el poderoso rey de Creta, quien venía a aniquilar a Dédalo,
era la doble hacha cercana al cuello del hombre que amaba.
—Artífice, el rey de Creta se encuentra en la casa de mi padre, viene por tu vida.
—Si es la voluntad de los dioses, así será, ¡oh princesa!, pero he leído mi
destino. No he de sucumbir bajo la doble hacha, viviré muchos años en tu isla y
seré tu esposo, están más próximos a mi cabeza los cantos de Himeneo que las
sombras del Hades. Sin quererlo, he atraído a Minos hasta mi refugio, he
levantado los muros de la casa de tu padre y la he dotado de los ingenios que
perfeccioné en Creta.
Sikelia abrazó las rodillas de su padre y le pidió que protegiera al inventor de
ingenios, al creador de muñecas deliciosas, a Dédalo, su futuro esposo.
Cócalo simuló acceder a la petición de Minos, y le abrió el palacio construido
por Dédalo, ofreciéndole hospitalidad de príncipe.
—Mis hijas, ¡oh Minos!, te están preparando el baño, dejarás atrás el sudor y la
fatiga y nos sentaremos al banquete. Un cantor nos solazará con sus historias y
luego nos entregaremos al dulce sueño.
—Que el cantor ignore las historias recientes de Creta, son vino triste que se
derrama del ánfora del tiempo.
Las hijas de Cócalo rodearon a Minos con amabilidad fingida y lo despojaron
del casco y la armadura de bronce. Sikelia, de hermosa cintura, se llevó su
espada y observó la majestuosidad del divino cuerpo envejecido. Minos se