Page 159 - El disco del tiempo
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Erictiónidas, y establecer una alianza redundaría en bien de Atenas. Alianza.
Pensó en Ariadna con un escalofrío, la resplandeciente princesa de manos frías,
el espíritu de la doble hacha, la muerte… Pero Minos tenía otra hija, una
adolescente llamada Fedra. A su debido tiempo… quizá Fedra llevaría diadema
de desposada y atraería sobre Atenas el brillo de Creta.
En Atenas, todas las tardes el viejo Egeo subía a su mirador a escrutar el
horizonte. Una vela blanca, aun en la lejanía, podía percibirse como si fuera el
ala de una gaviota, y Egeo ansiaba estrechar a su hijo entre sus brazos y
constatar que el círculo de las venganzas había sido superado y que no había
nada que temer del toro cretense. Egeo bebió su vino y subió al mirador, a
ensayar su mirada en los azules lejanos. Mientras se esforzaba en la pendiente
pensó que la mayor parte de sus días había sentido pesadumbre en su corazón,
que la tristeza, como un lento vino, se había alojado en su espíritu y que por lo
general, cuando iba a ocurrir algo, él siempre pensaba que sería una desventura,
pensaba mal y acertaba, siempre. Y aunque quería ver una vela blanca, esa voz
oscura de su desgracia le martilleó en los oídos que la vela sería negra, que había
sido negra por toda la eternidad y que la sombra de Teseo vagaba con amargura
por los laberintos de la muerte.
Abrió los ojos, los fijó en la raya del horizonte y distinguió la embarcación,
venía de la inmensidad hacia Atenas, un ominoso signo móvil con velas negras,
como la noche, como el betún con que los pescadores de su Thalassa
embadurnan velas y redes para preservarlos del salitre.
El vino se le colmó a Egeo y ya estaba muerto por dentro cuando dejó su puesto
de observación y caminó hacia el lugar de su despeñadero. Y él también, signo
móvil, descendente signo. Rey de cabeza en el azul, muerto en el mar, en su
Thalassa, en el mar que desde entonces y hasta el centro del Disco del Tiempo se
seguiría llamando Egeo.