Page 165 - El disco del tiempo

ustedes son unos jovenzuelos sin oficio ni beneficio, vagando por las calles de

Atenas, pensando en la próxima fiesta.

Nuria, Marco y Philippe permanecieron expectantes. Dimitri comenzó a
divertirse, por primera vez durante toda la entrevista entre su explosivo cretense

y los tres jóvenes.

—¿Cuál es el ombligo del mundo?

—¡México-Tenochtitlán! —contestó Marco.

—L’Île de la Cité! —dijo Philippe.

—¿China? —preguntó Nuria, más que responder.

—¡No! ¡No! ¡No, y mil veces no! ¡Es Creta! —bramó Mijalis.

—Un momento —se rebeló Marco— puede ser cualquier punto en el globo.
Basta con nombrarlo así.

—¡Estamos hablando del Disco de Festos! Simplemente, vean este mapa… —y
Mijalis dejó caer pesadamente un antiguo atlas sobre la mesa en que discutían.

—Aquí está Creta. A su alrededor, y haciendo honor a su nombre, las Cícladas,

las Espóradas, el Dodecaneso, Grecia continental y las islas del Jónico y del
Egeo… Es como un perpetuo juego de luces de artificio, mecidas por el mar,
irradiadas en círculo por la madre Creta, y su vientre, Knossos.

Marco se agitó en su asiento. A todas luces habían topado con un fanático…
Seguramente se pondría a hablar de centros magnéticos, geodesia, contactos
entre Grecia y América milenios antes de nuestra era y avistamientos de objetos
voladores no identificados. Todo contra lo que lo habían inoculado cinco años en
la universidad.

—Otra pregunta: ¿a qué lugar del mundo irían en peregrinación, si fuera el caso?

—¿A la catedral de Nôtre-Dame, en París? —preguntó Philippe.

—¿A la basílica de Guadalupe, en México? —inquirió Nuria.