Page 166 - El disco del tiempo
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—¡A la Meca, al Tíbet, a Jerusalén, a Roma! —afirmó Marco.


               —Está bien —concedió Dimitri— pero en el mundo antiguo… Traten de
               retroceder con sus escasos conocimientos históricos al mundo de hace dos mil
               años. ¿A dónde irían?


               —A Teotihuacán —repuso Marco.


               —Momento. Déjenme pensar —dijo Philippe. Imagino que soy un griego del
               siglo IV antes de nuestra era, ¿dónde iría yo en busca de espiritualidad? ¿Al
               oráculo de Delfos? ¿A la isla de Delos? Puede ser. Pero yo, el griego Philippe, o
               sea, Filipo, con toda seguridad y certeza iría a… ¡Festos, en Creta!


               —¿En busca de qué? —preguntó Mijalis.


               —Dije que en busca de espiritualidad —contestó Philippe—. Y descubriría que,
               en el mapa de Creta, Festos se encuentra a la mitad. La mitad de una persona es
               el ombligo. La mitad de la isla es su ombligo, su onfalos.


               —Exactamente. El viejo Homero nos habla de “Creta de las cien ciudades”.
               Claro que para enterarse bien, hay que leerlo en griego…, pero en fin,
               resumamos. Cuando Homero habla de cien ciudades no se refiere a lo que
               actualmente se entiende por ciudades, ni a lo que se entendía en el siglo XVIII
               en Europa. Se refiere a centros religiosos, tal vez sería más adecuado
               compararlos a monasterios. Centros religiosos surgidos en las cercanías de

               alguna montaña o cueva sagrada, de ésas, abundan en Creta —Mijalis se echó
               para atrás en su respaldo haciendo crujir la silla.


               —¡Como las Cuevas del Viento! ¡Anemospilia! —exclamó Nuria.

               —Milúme eliniká, polí kalá —masculló el cretense. Y continuó:


               —Knossos, Festos, Gortina, Hagia Triada, qué más da. De cualquiera de esos
               sagrados puntos podríamos trazar en este mapa círculos que irradiarían la
               sabiduría de mi isla a todos los puntos del globo. Sostengo, por la Santísima
               Trinidad de mi creencia ortodoxa y por Koré, la doncella renacida, la inmortal

               Ariadna de la religión de mi isla, y por las incontables lecturas que casi acaban
               con la luz de mis ojos, que allí donde surgieron grandes civilizaciones llegó en
               remotos tiempos, tan remotos que se marearían, un endiablado cretense.
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