Page 33 - El disco del tiempo
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NURIA se había quedado adormecida, por lo que Marco pudo asomarse
               indiscretamente a la pantalla y enterarse del tema de su interés.


               —Qué raro —pensó—, una estudiante de informática interesada tan
               profundamente en los mitos griegos. Ver para creer.


               Marco estaba acostumbrado a que su interés por la historia y los temas afines no
               encontrara eco entre los jóvenes de su edad. Claro, sus condiscípulos y maestros
               estaban en la misma frecuencia que él, pero saliendo del círculo, la realidad se
               presentaba bajo otras perspectivas muy diferentes.


               Una de ellas era la simple manutención. Marco era soltero y vivía con sus padres
               en una colonia de clase media en la ciudad de México. Ante las cejas levantadas
               de su padre, que esperaba de su hijo unas inclinaciones más prácticas que lo
               insertaran si no en el éxito económico por lo menos en la supervivencia, Marco

               optó por hacer un paréntesis vital y, mochila al hombro, conocer algunos lugares
               de Europa. Nueva York–Atenas era la ruta que había seguido porque así se lo
               recomendó una agencia de viajes para estudiantes. Por eso se encontraba sentado
               al lado de la guapa morena a la que había identificado rápidamente como
               mexicana. Los únicos mexicanos en la aeronave cargada de gringos: Nuria y
               Marco. Marco y Nuria. Eso establecía seguramente un vínculo entre ellos. Un
               enlace, pensó Marco que diría Nuria, la informática.


               Como si estuviera escuchando sus pensamientos, Nuria dio una leve cabeceada y
               despertó, abriendo los ojos azorados de quien sale del sueño. Marco fingió leer
               su libro y Nuria se conectó con unos documentos que había bajado de un sitio de
               internet dedicado a los textos griegos y latinos: www.perseus.tufts.edu, mientras
               que allá abajo, a treinta mil pies, se comenzaban a dibujar los viejos perfiles de
               Europa.






               De entre las doncellas de Knossos, ninguna tan hermosa y altiva como Pasífae,
               la hija de Helios y Creta. Hija del Sol y de la Isla, aquella cuyo nombre significa
               “la que brilla sobre todo” pertenecía a la raza de los Inmortales. A su paso los
               demás bajaban los ojos, temerosos de enfrentar la terrible belleza que emanaba
               de cada poro de Pasífae. Minos, confiado en su buena estrella, requirió de
               amores a Pasífae.
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