Page 34 - El disco del tiempo
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La mujer más bella del mundo aceptó al jefe de hombres sabedora que tenía

               talante de rey. Fue en la época en que Minos, siguiendo la voluntad de su padre
               adoptivo, realizó la tripartición de la isla. Adjudicaría al colérico Sarpedón y al
               sereno Radamantis sendas capitales reservando para sí la soberbia Knossos,
               orientada a las rutas comerciales rumbo a Asia; mientras que Radamantis
               residiría en Festos, la ciudad que mira hacia África, y Sarpedón en la occidental
               Cidonia, famosa por sus arqueros.


               La noche de sus bodas aconteció en el bosque sagrado en el que Zeus había
               engendrado a Minos. Un rumor misterioso sacudió las hojas de los árboles
               mientras corría presurosa la sangre de luna de Pasífae.


               Poteidan movía las aguas del mar con sus músculos de numen, meciendo su
               venganza con el tiempo de los inmortales.


               Sarpedón se levantó en armas contra su hermano. Para Minos fue fácil vencerlo
               y expulsarlo hacia el Asia Menor, donde el desposeído de Creta se convirtió en
               rey de Licia. El suave Radamantis mató por descuido a uno de sus parientes
               durante una competencia atlética y voluntariamente se exilió a la región de
               Beocia, donde su destino lo llevaría a desposar a la fuerte Alcmena, madre de
               Hércules, el de los muchos trabajos.


               En cierta ocasión, la reina paseaba por los fértiles valles donde saciaba el hambre
               el ganado de Minos. Distinguió al hermoso toro blanco y se cuenta que, como
               Europa antes que ella, se sintió atraída poderosamente por el animal. La testuz
               levantada de la bestia, la media luna de los cuernos, el húmedo belfo y los ojos
               en los que se manifestaba el numen de Poteidan se clavaron en el corazón de
               Pasífae. Se volvió loca por el toro. Se enamoró de él con pasión monstruosa.


               Era la venganza de Poteidan. Su espantoso triunfo sobre la mezquindad de
               Minos, que prefirió conservar el toro que había prometido ofrecer a los dioses.
               Ese toro sería la causa de su vergüenza y de su maldición.


               —Ayúdame Dédalo —susurró la reina con la respiración sobresaltada. Construye
               para mí un ingenio, un artificio de tu imaginación endemoniada. Poteidan ha
               castigado a Minos encendiendo en mí la pasión por una bestia.


               —¿Qué puedo hacer, Brillante? No me gusta meterme en los caminos de los
               dioses. Mi línea es el ingenio, la construcción, las pequeñas cosas que los
               hombres pueden hacer con su cerebro y con sus manos, los planos, las máquinas,
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