Page 37 - El disco del tiempo
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asombra también la desaparición de su imperio, como si una ola monstruosa los

               hubiera sepultado en el fondo del mar.





               —Es la base de la leyenda de la Atlántida —afirmó categóricamente Marco
               cuando el avión estaba a media hora de aterrizar en el aeropuerto de Atenas.


               —¿Qué? ¿La Atlántida? ¡Es un mito! —exclamó Nuria con vehemencia—. No
               me vas a decir que tú eres de los que creen en una raza superior, o en un pueblo
               de marcianos, que construyó el gran imperio atlante y las pirámides de Egipto y
               todo aquello para lo que no se encuentra una respuesta.


               —¡Claro que no! Te hablo desde la perspectiva del historiador —apuntó Marco
               —, lo que sabemos de la Atlántida proviene de unos comentarios que hizo
               Platón, que a su vez se basó en otros comentarios que hizo Solón, uno de los
               siete sabios de Grecia. Solón visitó Egipto, como turista culto, y ahí se enteró de

               la leyenda de la Atlántida. Los egipcios comerciaban con un pueblo misterioso
               para nosotros, para ellos no, que llamaron kheftiu, ni más ni menos que los
               cretenses, el pueblo de Minos. Hubo un día en que los kheftiu no fueron más a
               Egipto, momento histórico que coincidió con una espesa nube de ceniza que
               envolvió al Mediterráneo por años, resultado de una erupción volcánica en una
               isla del mar Egeo, la isla de Thera.


               —¿Cercana a Creta?


               —Más o menos. No me acuerdo a cuántos kilómetros exactamente, pero lo
               suficiente para que la isla explotara y se produjera una ola inmensa.


               —¿Un tsunami?

               —Exacto. Esa inmensa ola —o serie de olas— pudo asolar los principales

               puertos de la talasocracia de Minos. Hundirlos. Eso ha pasado varias veces a lo
               largo de la también larga historia de la Tierra. La erupción se sitúa hacia el 1700
               a.C., y esto coincide con los vestigios del abandono de los palacios y ciudades de
               las principales urbes cretenses.


               —¿Y eso puede comprobarse?

               —Certeza absoluta, que yo sepa, no la hay. Pero la arqueología y las ciencias con
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