Page 34 - Sentido contrario en la selva
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de conejos blancos. Ella los alimentó, les puso nombre y se encariñó. Un

               domingo vinieron a comer unos personajes importantes a su casa. Sirvieron una
               comida exquisita, pusieron copas, vino y mantel fino. Ella comió todo lo que le
               sirvieron, como se usaba en ese entonces, cuando los niños no se atrevían a decir
               que la comida no les gustaba. Cuando terminaron, los invitados agradecieron la
               comida, exquisito el conejo, escuchó decir… Con el corazón como ciruela pasa
               corrió a la jaula de sus conejos y la encontró vacía. Parece que no comió nada
               durante tres días seguidos.


               —No —le aseguré a Ricardo— no le voy a decir que se me antoja una Rosalina
               pibil. Aunque estaría mucho mejor que lo que comimos hoy.


               Aprendí a jugar dominó, mejoré mi velocidad al contar los puntos, Ricardo me
               enseñó a deducir quién tenía qué fichas y después de cien intentos logré barajar
               un mazo de cartas. También aprendí a hacer algunos nudos, de los muchos que
               sabe Emilio, y pude atar unas maderas sobre unos troncos y fabricar una balsa.
               Logré hacer una plataforma flotante y todos quisieron tirarse al río con tal de
               probarla. Debo decir que me sentí orgulloso; claro que lo oculté lo mejor que
               pude.


               Pedro Avante apareció una mañana. Escuchamos el motor de la avioneta pasar
               rozando el campamento y aterrizar en un llano cercano, una especie de pista
               improvisada a la mitad de la selva. Vestido de vaquero, sombrero inclinado,
               camisa a cuadros, caminaba con las puntas de los pies hacia afuera. Llegó, se
               quitó el sombrero y fue como si nos invadiera una ola de buen humor.


               —¿Y qué pues, batos? Muy hambriados, ¿no? Me traje una caja de despensa, de
               allá por Comitán, pensando en que estos huercos, ¡huy!, perdón, señoras —
               Pedro guiñó un ojo—, pensando en que han de estar viendo bizco del hambre.


               A Sita le brillaron los ojos, porque creo que la comida de Carmita le costaba un
               poco de trabajo, por decirlo así. La veía yo masticar como mil veces antes de
               tragar, o tragar casi sin masticar. Sita, la señora Sita, la de la ciudad, era afecta a
               las ensaladas con espárragos, alcachofas, arúgulas y otras hierbas que sólo
               algunos conejos pueden apreciar.


               Me comí un paquete de galletas casi con el papel y me pareció que el mundo
               entero debía ser como Pedro Avante.


               Hicieron planes para abastecer la expedición, hablaron de un nuevo guía que
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