Page 35 - Sentido contrario en la selva
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traería Pedro, y las partidas de cartas, esa noche, estuvieron muy animadas.

               Parecía que el aire se llenara de carcajadas, la cocina de paquetes y de
               movimiento. Carmita, la cocinera lacandona, amasó, frió, guisó y puso en la
               mesa una comida que me pareció deliciosa. Extraña pero excelente.


               —Mmmh… ¿Qué es? —pregunté con la boca llena.

               —No preguntes, Nico —susurró Sita entre dos masticadas—, no preguntes y
               come.


               Esto me hizo pensar que seguramente debía ser algo que si estuviera en mi casa,
               no probaría ni loco. Yo también soy un poco mañoso para comer y torturaba a mi
               mamá criticando sus platillos porque tenían ajo o porque estaba muy crudo o

               muy cocido, muy caldoso o muy seco, o porque el perejil parecía pasto y yo no
               comía hierba, o porque simplemente el platillo se veía “sospechoso”… Hoy
               miraba mi plato con la poca luz de la lámpara y pensaba que nunca había
               probado algo tan misterioso y exquisito. Me di cuenta también de que llevaba
               varios días sin enchufarme los audífonos y, más asombroso todavía, que había
               sobrevivido un tiempo considerable fuera de los muros de mi habitación.


               A la mañana siguiente encontré a Ricardo hablando con Pedro.


               —¿Así que el Nico no ha visto las Lagunas de Montebello? —rió Pedro.

               —¿Y por qué no lo acompañas tú, Nicolás? —preguntó Ricardo—. Digo, si a tu

               mamá le parece bien —agregó mirando hacia mi madre.

               Teresita puso cara de que le habían arrancado un cabrito, pero no le quedó de

               otra más que asentir con la cabeza. A mí se me puso el corazón a mil por la
               emoción de subirme a una avioneta, pero puse cara de que era mi transporte
               habitual y que yo estaba muy acostumbrado. Me fui ligerísimo, casi brincando,
               hacia la avioneta de Pedro para salir volando por encima del mar verde de las
               copas de los árboles. Después de un rato el paisaje cambió: entre las copas de
               unos árboles de un color más oscuro aparecieron las manchas de colores de las
               lagunas. Muy cerca unas de otras, todas tenían un color distinto. Verde oscuro,
               azul turquesa, verde esmeralda, había una que parecía casi roja…


               Por encima del escándalo del motor, Pedro gritaba:


               —Mira, huerquillo, ¡qué primor… qué chulada!
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