Page 40 - Sentido contrario en la selva
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LOS PREPARATIVOS PARA EL SEGUNDO clavado en la selva fueron
complicados. Hablaron con otros guías, buscaron un intérprete para comunicarse
con un guía lacandón, que nos pondría en contacto con otro que conocía muy
bien los caminos del jaguar. El equipaje y comida se ampliaron porque podrían
ser más días en la selva Mientras tanto, yo me daba duchas en las regaderas de
bambú, nadaba en la poza, hacía equilibrio sobre mi balsa y lograba trepar cada
vez más alto en las lianas que rodeaban mi parque acuático particular.
Dos noches antes de que nos internáramos en la selva llegaron a las cabañas don
Tomás de Pablos, arqueólogo, y su hija Claudia. De Pablos debe haber sido un
arqueólogo muy renombrado y reconocido porque toda nuestra expedición
parecía rendirle respeto, atención y admiración.
Y la verdad yo también; me daban ganas de hacer una reverencia frente a él, pero
no por sus descubrimientos ni por sus libros ni por sus aportaciones a la
arqueología, sino nada más por ser el padre de la chica más hermosa que yo
hubiera visto. Claudia acababa de poner de cabeza todo mi mundo. La vi y ya no
pude pensar en nada más que en su pelo negro, en el modo en que caminaba
ladeando la cabeza, en el hoyuelo que se le formaba cuando sonreía. Todo llega.
Digo esto, porque yo me burlé de mi amigo Diego cuando lo vi babear por
Anamari y empezó a hablar del brillo de sus ojos, del sonido de su risa y de otras
cursiladas por el estilo. “Todo llega”, dijo mi mamá cuando presenció mis burlas
implacables hacia Diego.
Pues parece que estaré más enfermo de amor que Diego, porque desde el
momento en que llegó Claudia no pude seguir comiendo, sino ponerme a
respirar en estándar porque el automático de mis pulmones quedó congelado. Yo
veía en las caricaturas que el amor caía en forma de rayo sobre los personajes y
los dejaba mareados, girando y habiendo perdido su sano juicio. Yo perdí el
juicio, el habla y con dificultad me acordé de cerrar la boca. Creía que el golpe
fulgurante que había recibido pasaría inadvertido, pero Ricardo se volvió hacia
mí y me guiñó el ojo.
—Nicolás, trae la lámpara de mano para prestársela a Claudia —inventó con una
naturalidad increíble—. Si quieres, Nicolás te acompaña a dejar tus cosas en la
cabaña, mientras nos tomamos una cerveza con don Tomás. ¿Verdad, Nicolás?
Debo haber parecido una estatua con la lengua salida, pero el pellizco que me