Page 45 - Sentido contrario en la selva
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Me senté en una de las sillas al lado de Ricardo, mirándolo a él en vez de al

               dosel. Él seguía con la vista perdida en los dibujos que hacen las ramas contra el
               cielo. Me moría por preguntarle algo que no sabía qué era realmente. Ricardo
               debía saber mucho de amores, pensé, sin saber de dónde sacaba esa idea. Él debe
               saber qué se dice para acercarse a una chica, cómo aparentar seguridad, más
               edad, menos miedo…


               —¿Te fijas que las ramas se detienen justo donde llegan las del otro árbol? Eso
               es un fénomeno que se llama “timidez de copa”…


               “Timidez de copa, timidez de cabeza, y timidez de todo, se llama lo que yo
               tengo”, quise gritar en silencio. Ricardo sonrió.


               —A ti te despertó una sonrisa, un color de pelo, un modo de caminar, ¿a que sí?

               —Sí —dije aliviadísimo de poder hablar de eso y poniéndome más rojo que si
               me hubiese abrazado a una “mala mujer”. Ayúdame —agregué, pero no estoy

               seguro que haya sido en voz alta.

               Súbitamente Ricardo se enderezó como escuchando algo.


               —Se acerca una mujer —dijo mirándome.


               Se escuchaban unos pasos en la hojarasca, alguien que venía caminando por el
               sendero desde las cabañas, alguien que caminaba con paso suave, es verdad,
               porque se escuchaban cada vez más claramente los pasos, pero eran ligeros.


               No dio tiempo para que se soltara el galope completo de mi corazón porque Sita
               apareció entre las ramas. Con el pelo mojado, una sonrisa como cuando ha
               soñado algo lindo, y con mi sudadera preferida.


               —¡Qué milagro, Nico! —dijo con un guiño—. Qué, ¿hoy no hay tucanes? —
               agregó dirigiéndose a Ricardo.


               Él se había puesto en pie, cediéndole su lugar. Sita se acomodó, mientras yo
               seguía con cara de burbuja y dándome cuenta, apenas, de que tenía frío.


               —Hemos visto montones de tucanes todas las mañanas —dijo Sita—. ¿Qué
               tienes, Nico? —agregó, sin cambiar de posición.
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