Page 50 - Sentido contrario en la selva
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—¡¿Cómo que sirenas en la selva, si son de mar?! —dije luciendo mis

               conocimientos ecológicos.

               —Hay una leyenda que dice que sí existen las sirenas de manantial —apuntó
               Claudia presumiendo de sus conocimientos antropológicos—. Dicen que las

               sirenas viven donde nace el agua y que de vez en cuando, aburridas del
               manantial, se internan en la selva…

               —¿Caminando? —pregunté pensando en la evolución de las especies.


               —Sí, caminando, porque les dan permiso de tener pies sólo cuando la luna se ve
               de día. Pero deben regresar antes de que brille la primera luciérnaga, y si no lo
               hacen se quedan para siempre recorriendo la selva con sus pies, con la misma

               transparencia que tiene la luna de día.

               —Están peor que la Cenicienta, siquiera ella escuchaba unas campanadas muy
               claras, pero estas pobres tienen que estar pendientes de un titileo casi invisible

               —dije, y callé. Recordé los episodios luminosos de las luciérnagas salvadoras en
               la selva. Me sentí malagradecido.

               —Nicolás, ya vamos a llegar…


               Mi nombre en su boca convirtió la selva en un lugar más verde todavía. Se
               escuchaba un ruido de agua que se hacía cada vez más fuerte, pero aún no se
               veía nada.


               Y, de pronto, a la vuelta del sendero, ahí estaba, una enorme cascada que caía de
               unas piedras, con una serie de chorros más delgados a los lados. Indiana Jones

               nunca había visto nada tan lindo y tan poderoso.

               Lo que pasa cuando uno ha vivido un día glorioso es que después lo andas
               contando tanto —aunque sea en tu memoria— que se van alterando los hechos

               reales. Así que les voy a contar lo que mi memoria cree que fue. Me limitaré a
               los hechos, a ver si eso me pone a salvo de mis genes cursis.

               Recuerdo la fuerza del agua estallando sobre mi cuerpo. Recuerdo la risa de

               Claudia. Jugamos a ver quién aguantaba más debajo de uno de los chorros de la
               cascada. Recuerdo el moñito con el que ataba a su cuello el traje de baño y su
               pelo escurriendo. No podíamos escucharnos por el escándalo del agua.
               Gritábamos sin comprendernos y nos reíamos. Un poco después nos sentamos en
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