Page 49 - Sentido contrario en la selva
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Donde como si fuera explorador de película, llego a una
cascada y …ni se imaginan lo que pasó…
CAMINAMOS DURANTE TRES HORAS, Claudia y yo. Primero por una
brecha trazada y después por un camino casi cerrado por la selva. Íbamos rumbo
a una cascada que ella conocía. Un día de excursión, mientras los demás se
quedaban en el campamento haciendo preparativos.
Desde el té de la mañana hasta ese momento, sentí que conocía a Claudia desde
hacía mucho tiempo. De toda la vida. Ya sé que es una exageración, pero a veces
la mentira se parece tanto a la verdad. Caminaba detrás de ella, con una bolsa de
víveres, mientras que ella abría brecha con un machete. Cuando se cansó
intercambiamos la bolsa y el machete. Empecé a dar golpes fuertes y ver cómo
caían los hierbajos. Pero no era necesaria tanta fuerza con un machete tan
afilado; lo que era importante era tener ritmo; ritmo para caminar, para dar el
golpe de un lado, de otro, y seguir caminando.
Me sentí Indiana Jones. De pronto me acordé de la escuela, del apodo de Quito,
me ardieron los cachetes y los ojos con la posibilidad de que Claudia, ahí atrás,
pudiera ver mis pensamientos. Empecé a dar machetazos como loco, arrítmico y
furioso.
—¡Hey! —exclamó Claudia—. ¿Qué pasó? ¿A quién viste?
Me detuve, ya casi sin aire.
Pepe estaba lejos, no había nadie burlándose y si ando abriendo camino en la
selva, lo más probable es que no sea un enclenquito.
Miré a Claudia, sin saber qué era lo que me gustaba más, si su silueta
recortándose en lo verde, si lo negro de su pelo o lo rojo de su camisa.
Llegamos a un brazo de río que tendríamos que seguir para llegar a una cascada
que, según Claudia, se llama Nido de Sirenas.