Page 47 - Sentido contrario en la selva
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—A veces me levanto para ver los tucanes antes de que se vayan —mentí,
calculando la posibilidad de que fuera creíble.
—¿De veras? ¿Se pueden ver de cerca?
—Bueno, no tan cerca, se posan en una ceiba y allá en lo alto de las ramas… —
muy sorprendido de que mi mentira pasara y se armara tan bien.
—¿Todavía se ven, quiero decir, los podemos ver ahora?
—Yo pienso que sí, aunque tal vez ya sea tarde… —aventuré sin saber qué decir.
Claudia le dio el último trago a su té y salió de la palapa–cocina. Yo detrás de
ella. Las sillas estaban vacías. Ricardo y Sita no se veían en los alrededores. Nos
acomodamos en las sillas mirando el dosel. La luz había aumentado, ya se
adivinaba el gran sol más allá de las copas de los árboles.
Mil sonidos de mil pájaros se escuchaban. Pero de tucanes, nada. Ni siquiera
sabía yo hacia dónde dirigir mi mirada. Hubiera querido producir los tucanes
para Claudia, sacudir un sombrero de mago y sacar dos tucanes, cien tucanes, un
árbol de tucanes. Mirábamos hacia arriba.
—¿Te fijas —empecé titubeando— que las copas de los árboles casi se tocan
pero no lo hacen del todo? —completé, creo que usando las exactas palabras que
Ricardo había usado. Me felicité por mi memoria.
—¡Vaya, es verdad! ¡Qué raro! ¿Por qué será?
—Se llama “timidez de la copa”, me parece —dije como al descuido.
—¿En serio?… qué bonito…
Se escuchó un aplauso interior, recibí palmadas en el hombro, señales de
pulgares hacia arriba, y me acordé del día en que ganamos un partido de básquet,
simplemente porque lancé la bola sin creer que entraría y entró.
La mañana era gloriosa.
—¡Mira, Claudia! —señalé un pedazo de cielo.