Page 42 - Sentido contrario en la selva
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—A Yaxchilán, otra vez. Es que mi papá escribió el libro sobre este sitio y a él le

               gusta regresar a ver los lugares que ya ha estudiado, además está seguro que va a
               aparecer otra construcción pronto —dijo Claudia agachada sobre sus agujetas.

               —¿Aparecer, cómo? —un aplauso interior por la inteligencia de mi intervención.


               —Bueno, aparecer no, sino que se va a descubrir un nuevo edificio de esa
               ciudad, dice mi papá que lo presiente, ¿tú crees? Yo sí le creo, porque lo he visto
               descubrir restos arqueológicos donde no parecía haber nada. Quiere tramitar el

               permiso para excavar de nuevo, pero primero quiere ver si su ocurrencia es cierta
               —sacándose una bota, agregó— eso yo no me lo pierdo por nada.

               —Pues claro —aseguré, pensando en mi habitación, mi música, mis pósters

               como algo muy lejano.

               —Vamos al río, acompáñame, ¿no?, quiero mojar mis pies y aplacar estas
               ampollas.


               Me puse de pie volando, la lámpara encendida, pensando en el pequeño
               embarcadero, Claudia y yo sentados ahí, la luna en el cielo, las luciérnagas
               rodeándonos y el tiempo pasando lento. Soy más cursi que mi madre, pensé.


               Y todavía me la imaginé recargándose en mi hombro, entrelazando sus dedos
               con los míos… No tengo remedio, soy más romántico que las películas que ve
               Sita, he sido afectado en mi estructura de pensamiento por haber sido criado por

               una cursi ilusa… Estaba despotricando internamente, cuando Claudia metió sus
               pies al agua.


               —¿Siéntate, no? Quiero dejar mis pies un buen rato para que se desinflamen las
               ampollas, luego me pondré algún vendaje.

               Me senté aterrorizado porque la profecía cursi se estaba cumpliendo: la luna

               brillaba sobre el agua, Claudia me pedía sentarme a su lado, la selva nos
               abrazaba como si fuera cómplice, en fin… Dirigí la linterna a los pies de
               Claudia. Sacó uno del agua para comprobar el estado y vimos, en efecto, unas
               ampollas enormes como cápsulas infladas.


               —¡Uagghh! —dije, con la intención de mostrar que entendía el dolor, pero me
               salió el asco también.
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