Page 41 - Sentido contrario en la selva
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dio Ricardo con discreción y fuerza me hizo saltar y recuperar el habla. Lo que
logré articular fue:
—Sí.
El fuego consumía mi cara, me ardían los cachetes y agradecí la pésima
iluminación. Claudia, como si fuera lo más natural del mundo, me dio una de sus
mochilas mientras ella se encargaba de la otra. La brecha era tan estrecha que iba
ella por delante, y yo iluminaba sus pasos. Escuchaba mi corazón por encima del
ruido de la selva, la lámpara temblaba en mi mano, pero Claudia recorría el
sendero como si fuera una autopista iluminada. En una fracción de segundo
pensé que llegaríamos a la cabaña y se haría un silencio que yo no sabría llenar.
Deseé que el recorrido durara cien años, cien años caminando detrás de Claudia,
y sin tener que decir nada.
—Ya llegamos —dijo Claudia.
—…
—¿Cuánto tiempo llevas aquí en la selva?
—… una semana, no, diez días, no, catorce… —había perdido la cuenta y
maldije mi memoria por no poder contestar algo con precisión.
—Llevas más de una semana, porque es cuando uno empieza a perder la
memoria —explicó Claudia.
—¿Sí? —pregunté con una elocuencia increíble.
—Sí, cuando estás un tiempo en la selva, se empiezan a borrar algunos datos de
la memoria, el tamaño real de los objetos de antes, el paso de los días, la
importancia que le dabas a otras cosas. La selva es poderosa, ¿sabes?
Asentí con la cabeza.
—Pásame la otra mochila —dijo entrando a la cabaña— quiero cambiarme las
botas, porque hoy caminamos seis horas y traigo ampollas.
—¿Adónde fueron? —me escuché decir y me felicité por mi frase tan completa.