Page 36 - Sentido contrario en la selva
P. 36

Y la avioneta, que parecía un triciclo volador, se inclinaba de nuevo para que yo

               pudiera ver, otra vez, los colores de las lagunas brillando entre un mar oscuro de
               pinos. Arriba, el cielo explicaba perfectamente por qué se dice “color azul
               cielo”.


               Debíamos abastecer a la expedición para el nuevo intento de internarse en la
               selva y encontrar al famoso jaguar. Gas para la lámpara, pilas para la grabadora
               de mi madre, porque ahora lo grababa todo para luego anotarlo en su cuaderno,
               comida, medicinas para la diarrea. Fui a la compra en avioneta. Filomena era el
               nombre de la avioneta roja y Pedro parecía tratarla como persona.


               —Ahí te quedas, Filo —le dijo al llegar a la pista de Comitán.


               Yo hubiera querido traer botas como las de Pedro, sombrero como el de Pedro,
               cinturón con hebilla como el de Pedro. Me contenté con caminar como él, al
               cabo nadie me veía.


               Fuimos a los almacenes y compramos lo necesario para nuestra sobrevivencia
               allá en la clorofila, o sea en la selva.

               —Buenísimo lo de la clorofila —rió Pedro— vamos a comprar antídotos para

               los que se quedaron allá en la fotosíntesis. Unos periódicos, unos dulces, unas
               porquerías sabrosas de comer, a ver qué más…

               Me sentía contento de caminar por calles, ver personas, autos y locales de

               maquinitas de videojuegos. Caminaba al lado de Pedro, que saludaba a todo
               mundo y les decía piropos a casi todas las muchachas.


               —Las flores han de estar verdes de envidia, muñeca, de verte caminar así…

               —Que Dios te guarde y me dé a mí la llave…


               —Bombón, ¡ay! qué amargura me dejas…


               Yo me sonrojaba cada vez que Pedro abría la boca, pero las muchachas parecían
               disfrutarlo y le sonreían. Al llegar a la farmacia, la encargada, que estaba linda,
               la verdad, se desbarató en saludos y sonrisas y Pedro me invitó unas jugadas en
               las maquinitas que estaban al lado. Me fui feliz por escaparme de la escenita
               amorosa y más contento todavía de jugar un buen partido contra unos androides
               asesinos. Tenía que recuperar la agilidad perdida en mis dedos por haber estado
   31   32   33   34   35   36   37   38   39   40   41