Page 87 - Sentido contrario en la selva
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Donde las cosas se ponen color de hormiga, y
desaparece una avioneta que tiene el mismo color…
LLEGAMOS CLAUDIA Y YO al campamento. No parecía haber nadie. Las
cabañas, desiertas. En la palapa–comedor estaban las provisiones que Pedro
había traído para la cena; parecía que las hubieran aventado ahí como si no
importaran. La cocina deshabitada, pero la lumbre encendida con una olla de
frijoles hirviendo. No había un alma. Ni media Rosalina. Claudia y yo nos
miramos. Sin decirnos palabra, corrimos hacia la avioneta en la pista. Esta vez,
el trayecto hasta la pista se me hizo larguísimo. Tras los pasos de Claudia,
solamente podía escuchar el sonido que hacíamos entre las hierbas altas y el
silencio que se colaba entre mis pensamientos. No sé por qué me acordé de Pepe,
el de la escuela, el que se burlaba de mí. Qué tendría que venir a hacer Pepe en
mi cabeza, cuando estamos corriendo para ver qué sucede con un tráfico de
palmeras. Quizás él se sorprendería de verme en esa situación. No, lo que
realmente le sorprendería es verme con Claudia. Lo que verdaderamente le
desorbitaría los ojos sería verla darse la vuelta, inquieta, apurada, y acercarse
para darme un beso que quería decir: “Cualquier cosa que ocurra, estamos bien.”
Eso sí que lo pondría loco, al tal Pepe ése.
Desembocamos en la llanura. Cerca de la avioneta estaban Sita, Norma y
Carmita con cara de preocupación. Rosalina con los picos erizados.
Sita se acercó a nosotros, como si tratara de detenernos.
—¿Cómo vinieron para acá? ¿Sabían algo? ¿Quién les avisó? —se atropelló
Sita.
—Vinimos porque queríamos contar algo que yo vi —dije como alguien que no
le teme ni a Pedro, ni a Pepe, ni al jaguar.
—¿Qué? ¿Tú sabías, Nico? ¿Cómo no dijiste?
Entonces le conté lo que había visto. Claudia intervino agregando que yo había
visto las palmeras, pero que no sabía que estaban vaciando la selva de esa