Page 82 - La otra cara del sol
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Mi vida cambiaba, ya no me sentía sola como antes; los problemas y las cargas
de casa se me hacían más soportables. Le había mostrado mis poemas a Malena,
que me felicitó y me animó a seguir.
Quería crecer, crecer por dentro. Mis nuevas amigas me mostraban nuevos
caminos. Recordé a Carlos, recordé que me había dicho que si quería ser
escritora tenía que recorrer el mundo. Pero como ni los medios ni la edad me lo
permitían, sabía que por el momento tenía que recorrerlo de otra manera: a
través de los libros, las revistas, los periódicos que papá llevaba a casa.
Sentí que Tatá dejaba de verme como a una chiquita y hasta mis propias
compañeras empezaban a reparar en mi existencia.
Una mañana en la que llovía a torrentes, la hermana Rosalía, nuestra profesora
de español, nos puso de tarea escribir un poema; el tema era libre. Hubo un
barullo de protestas, pero la hermana no dio su brazo a torcer. Teníamos una
semana para hacerlo. Esa misma noche, en mi cama, lo empecé. Se me ocurrió
escribir algo a la alegría. No era tan fácil como había pensado, taché muchas
palabras, terminé haciendo pedazos lo primero que escribí y comencé de nuevo.
Lo terminé la noche siguiente y lo dejé reposar, como aconsejaba un escritor de
cuyo nombre no me acuerdo. La víspera de entregarlo lo releí, corregí algunas
cosas y lo pasé en limpio. Lo titulé “Buscando la alegría”.
La hermana Rosalía nos había dicho que el mejor se publicaría en el periódico
del colegio; como fue el caso, tiempo atrás, cuando escribí uno a mamá, con la
diferencia esta vez de que el poema ganador se mandaría a un concurso regional.
Tenía mucho miedo de salir a leerlo delante de mis compañeras. El poema de
Malena me gustó mucho, el de Marianela era regular y Matilde no lo hizo
porque, como le aseguró a la hermana Rosalía, “ella no tenía ni un pelo de
poeta”, y le importó un bledo el cero que esta le puso. Cuando llegó mi turno,
mis manos temblaban y sudaban. Lo leí lentamente. Cuando terminé hubo un
silencio impresionante. Me quedé ahí quietecita, sin saber qué hacer; de pronto
el silencio lo rompió una salva de aplausos. Hasta la hermana aplaudía. Mis
mejillas parecían de fuego, me sentí feliz, muy feliz.
La hermana Rosalía dijo que, sin lugar a dudas, lo mandaría al concurso
regional.
Dos semanas después llevé el periódico a casa. Mi poema aparecía en la primera