Page 81 - La otra cara del sol
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—Partida de tontos —les grité.


               No me atrevía a salir a la calle tan transformada, pero la visita inesperada de
               Pacheco me hizo cambiar de opinión. Llegó con papá. Pacheco se había
               aparecido en su consultorio. Mis hermanos, como siempre, se precipitaron sobre

               él y, como siempre, casi lo tumban. Me quedé a un lado esperando que terminara
               el barullo para saludarlo.

               Pacheco apartó delicadamente a mis hermanos y fijando su mirada en mí,

               exclamó:

               —Pero ¿esta señorita tan preciosa es mi Jana? Qué hermoso te quedan ese color
               moreno y esas trenzas.


               Papá me miraba asombrado.


               Pacheco me abrazó y yo me sentí como una reina. Nos había traído una enorme
               caja de pasteles que nos comimos más tarde, luego de haber terminado el
               suculento sancocho¹⁴ preparado por Fanny.






               UNA MAÑANA, en la que me aburría a morir en clase de historia, la madre
               superiora se apareció en el umbral de la puerta de nuestro salón acompañada de
               una niña que era en verdad bajita, ¡más que yo!


               Les presentó a una nueva alumna. Se llama Matilde —dijo la madre.


               Había un lugar libre al lado de Marianela y allí se sentó. La clase prosiguió, y al
               recreo, Marianela, Malena y yo incluimos a Matilde en nuestro grupo como la
               cosa más natural del mundo. Me hacía mucha gracia cuando ella reía porque reía
               también con los ojos, y decía unas palabrotas, ¡madre mía!, que si las monjas la
               hubiesen oído la habrían puesto de patitas en la calle. Enseguida supimos que
               creía a pie juntillas que era linda, y le importaba un rábano ser bajita. No se
               parecía a nosotras, devoradoras de libros. No se parecía a mí, que toda la vida
               me había creído fea, que no reía fácilmente a carcajadas como ella, que soñaba

               con ser alta, que jamás había dicho una palabrota. Matilde era la frescura que nos
               faltaba. Ese día nos hizo partir de risa contándonos las historias de una de sus
               hermanas que era la ingenuidad personificada.
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