Page 80 - La otra cara del sol
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escuchaba algo semejante. Sentía que el corazón iba a estallarme en el pecho.
Recordé lo que había pensado años atrás a raíz de una conversación con Ismael:
que cuando fuera grande haría algo para cambiar mi rostro.
Solo quería volver a casa y mirarme al espejo. Tenía la impresión de que nunca
había visto mi verdadero rostro, o que nunca lo había descubierto. Pero si
Malena pensaba que era linda, ¿por qué nunca nadie aparte de Pacheco y de papá
me lo había dicho?, ¿por qué?
—Nunca me habían dicho algo así —le solté a Malena— Siempre he pensado
que soy fea.
—Este es un país de acomplejados —me había respondido Malena—. Mamá
dice que aquí cuando nace un niño rubio, de ojos claros, pero feo como un mico,
todo el mundo dice que es precioso y que la mayoría de la gente es incapaz de
reconocer la belleza en un niño indio, negro o mestizo —y añadió—: Aquí todos
quieren ser españoles.
—Esa es la pura verdad —agregó Marianela—. Cuando yo estaba en la escuela,
papá hojeaba siempre mis libros y riéndose me decía: “Mira, hija, según estos
libros, en nuestro país todos somos nórdicos”.
Si no hubiera estado en el colegio las habría abrazado. Ellas no podían
imaginarse hasta qué punto sus frases me ayudaban a vivir.
EL SÁBADO PASADO le pedí a Tatá que me hiciera un par de trenzas y me
prestara unas candongas que la abuela le había regalado y ella no se ponía jamás.
Me las prestó a regañadientes. Cuando estuve peinada me las puse y Tatá
exclamó:
—Quedaste requetebién, Jana.
—¿Quieres decir bonita? —pregunté.
—Sí..., sí... —dijo como si dudara y agregó—. Sí, Jana, estás linda.
Mis hermanos me hicieron rueda gritando y tapándose la boca como si fueran
indios que hicieran una ceremonia.