Page 78 - La otra cara del sol

que no tendría ningún chance. Ellas tenían mucha personalidad y no se iban a

fijar en alguien tan tímida y callada como yo.

Me sentía muy sola; a María y María las habían puesto en otro grupo, y ya ni
pensar en contar con la compañía de Tatá, que, como siempre, anda con las

grandes y me dice que a mí me ve todos los días en casa y que no quiere que
ande pegada a la falda de su uniforme en el colegio.

UN DÍA OCURRIÓ algo increíble. En el recreo me senté en un banco del patio a
leer un libro que me había prestado Alicia. En esas se acercó Cristina, la
insoportable Cristina, que andaba con su amiga de siempre y me lanzó a boca de

jarro:

—¿Cambiaste de raza? ¿Ahora eres negra?

Iba a contestarle cuando oí tras de mí la voz de Malena:

—¿Te molesta el color negro? ¿Eres aprendiz de racista? Supongo que también
te molestan los indios. Óyeme bien, vivimos en el país más mezclado de
América, y si no has aprendido que esa mezcla ha enriquecido a nuestro pueblo,
pues eres una pobre ignorante, una acomplejada; debes de estar convencida de
que eres una blanca pura. Gente de tu calaña causó la muerte de seis millones de
personas en Europa.

Me quedé muda. La Cristina se puso lívida y de pronto rompió a llorar y
amenazó a Malena de acusarla con la madre superiora.

—Yo te acompaño —le dijo Malena.

Lo cual desarmó a la Cristina. Desarmada, se fue con su amiga como un perro
apaleado y yo por poco me tiró al cuello de Malena.

—Gracias —le dije—. Cristina me la debía desde el año pasado.

—¿Qué lees? —me preguntó.

—El jorobado de Nuestra Señora de París —respondí.