Page 77 - La otra cara del sol
P. 77
ponía de muy mal humor.
POCO DESPUÉS VOLVIMOS todos al colegio. En el mío había monjas nuevas
y por supuesto también alumnas nuevas. El primer día me llamó la atención una
niña de piel muy tersa, de ojos y pelo muy negros, que alzaba la mano para
preguntar a la hermana Inés, nuestra directora de grupo, todo lo que concernía al
funcionamiento del colegio. Se llama Malena, un nombre que jamás había
escuchado, no tiene ni un pelo de tímida y parece no temerle a nada ni a nadie.
Tiene una entonación de voz muy particular, que al menos a mí me gusta mucho.
Ese primer día de clase, vi las mir adas de desprecio que dirigían a Malena
algunas de nuestras compañeras, las ricachonas de la clase, que no soportaban a
alguien con tanto desparpajo.
Otra chica que me llamó la atención era alta, de pelo corto y rizado, con un andar
muy particular. Se llama Marianela, otro nombre rarísimo, y nos hizo partir de
risa al levantarse de pronto en medio de la clase para decir:
—Reverenda madre, ¿puedo abrir una ventana? Esto parece el Sahara.
—Jovencita, la única reverenda madre en este establecimiento es la madre
superiora —contestó la hermana y añadió—: Recuérdame tu nombre.
—Marianela.
—Qué nombre más extraño —murmuró la hermana Inés.
—Pues es muy corriente en Venezuela, allí nomás en el vecindario —dijo
Marianela haciéndonos reír de nuevo.
—Bueno, ¡a callar! Y tú, Marianela, abre una ventana o dos, si quieres —le
ordenó la hermana.
Marianela no se hizo de rogar y se dirigió a las ventanas con su andar tan
especial y con una placidez tan evidente que tuvimos que contenernos para no
echarnos a reír otra vez.
Pensé que me encantaría hacerme amiga de esas dos niñas, pero también pensé