Page 74 - La otra cara del sol
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abuela del brazo, se puso a aplaudir.


               —Por favor, Jana, no se sabe qué es más rojo, si tu traje de baño o tus mejillas.
               No seas tonta, estás muy linda —me dijo doña Margarita.


               Un poco después estábamos todos en el agua, chapoteando como chiquillos.


               Qué hermoso era ese mar, qué infinito, qué suerte tenía de encontrarme allí.
               Recogí conchas. Ismael y yo hicimos un castillo de arena. Tomé agua de coco.
               Mara me embadurnó de bronceador y en un momento dado nos encontramos los
               cuatro tirados en la playa, leyendo. Eso era la felicidad: el mar, el sol, los amigos
               y un libro.


               Hacia la una, doña Margarita decidió que ya era hora de almorzar. Recogimos
               nuestras cosas y nos encaminamos a su restaurante predilecto.


               Cuando llegamos, doña Margarita dijo:


               —Hay un solo menú, Jana.


               —Eso no importa, mami..., perdón, doña Margarita. Papá nos ha enseñado a
               comer de todo —dije sintiéndome mal por mi equivocación.


               —Jana, querida, puedes llamarme mamita como Ismael. Siempre quise tener
               muchos nietos...


               Le sonreí agradecida.


               El sitio era una especie de gran kiosco con techo de paja. Una negra delgada y
               alta como un poste se acercó, y dirigiéndose a doña Margarita, exclamó:


               —Ajá, veo que tenemos invitada. ¿Lo de siempre, niña?

               —Lo de siempre, Mayito.


               Me divertía la manera de hablar de los costeños. Me daba la impresión de que no
               eran nada tímidos, que poseían una espontaneidad que nosotros no teníamos.


               Mayito nos trajo una jarra de refajo y cuatro vasos enormes.


               —Me voy a emborrachar —dije.
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