Page 69 - La otra cara del sol
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luminoso. Me pregunté cómo era la cara de papá cuando hablaba de nosotros. Si
hablaba con tanto orgullo su cara debía de ser un sol, pues no hablaba de uno,
¡sino de siete!
Me moría de impaciencia por ver a Ismael, por ir a la playa, por descubrir ese
mundo del que tanto me había hablado, “ese otro país”, como él decía.
El aterrizaje me hizo temblar, pero Carlos me tranquilizó de nuevo.
Salimos lentamente por el corredor del avión, cuando llegué a la puerta tuve la
impresión de que me lanzaban algo pegajoso e hirviente. Al final de la escalera
me despedí de Carlos con un gran abrazo. Luego la azafata me acompañó
adonde me esperaban Mara e Ismael con los brazos abiertos, verificó la
identidad de Mara y se despidió deseándome unas felices vacaciones.
Reclamamos mi maleta y fuimos a buscar el carro de Mara, la Cacerola, como lo
llamaba Ismael. Era rojo, muy viejo, pero como se diría de una persona, “muy
bien conservado”.
—Es un carro descapotable —lo presentó Ismael haciendo una venia—. Lo de
descapotable fue un invento de mamá y del mecánico loco de nuestro barrio.
—Me parece genial.
Mara sonrió orgullosa y dijo:
—¡Ya te darás cuenta, Jana, de lo que representa una cacerola descapotable en
este clima infernal!
¡Claro que ya me daba cuenta! No veía la hora de meterme bajo la ducha y
tomarme un litro de limonada.
Me encantó enseguida la casa de Ismael. Tenía una escalera exterior y una
pequeña terraza. Todos los suelos eran de cerámica ocre. Había montones de
plantas y los muebles que yo conocía tan bien estaban dispuestos con mucho
gusto.
—¿Y la abuela? —pregunté.
—No tardará en llegar, vive muy cerca de aquí —respondió Ismael quitándose la
camiseta.