Page 73 - La otra cara del sol
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Ismael preparando el desayuno.
—¿Desde cuándo cocinas? —le pregunté sorprendida.
—Desde que nos vinimos a vivir aquí. Mamá me ha enseñado algunas cosas. Las
demás las tomo de los libros. No hay nada más fácil que aprender a cocinar. Me
encanta hacer un plato nuevo, como a tu papá.
Sonreí. Por lo visto mi destino era encontrar siempre gente a la que le gustaba
cocinar y comer.
Mara se apareció en la cocina en traje de baño.
—¿Ya estás lista?, ¿tan temprano? —pregunté.
Ismael, muerto de risa dijo:
—Ese es su vestido de casa. Ayer se vistió porque tú llegabas.
—Mentiroso —replicó Mara—, a veces me visto normalmente.
Desayunamos los famosos bollos, que, dicho sea de paso, me encantaron.
Más tarde, cuando me subí al carro de Mara, pensé que no quería ver el mar de
lejos, quería verlo de sopetón, y como si Mara hubiese leído mi pensamiento,
tomó una ruta que al final me puso de cara al inmenso azul. Le habíamos quitado
la capota al carro, y ahí, de pie, enmudecí. Yo, nacida a los pies de las
imponentes montañas, me sentí enseguida hija del mar, sentí que ese mundo era
también mío, que “ese otro país” también me pertenecía.
Nos bajamos del carro. Al ver que Mara se quitaba las sandalias, la imité y nos
fuimos caminando por la arena hirviente hacia el mar. Me mojé los pies y el
borde del vestido.
—¿Tienes puesto tu traje de baño? —preguntó Mara.
Contesté que sí.
—¿Qué esperas, entonces? —me dijo mientras se quitaba su pareo.
Me animé y me quité mi vestido. En ese momento, Ismael, que llevaba a su