Page 75 - La otra cara del sol
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—El refajo no emborracha, Jana. Y si fuera el caso, te llevaremos cargada —dijo

               doña Margarita riendo.

               De pronto, Mara se quedó mirándome y exclamó:


               —¡Pero mírenla cómo está de bronceada! No es justo, es su primera salida y ya
               está más negra que yo.


               —Pobre mamá —comentó Ismael burlón.


               Miré hacia el mar. No quería que el tiempo pasara y que su paso me quitara esos
               días que eran como joyas que me deslumbraban. Empezaba a sentirme linda, a lo
               mejor más linda porque era feliz, porque me sentía admirada, porque por primera
               vez era el centro de atracción, porque todos pensaban siempre en darme gusto.


               —Estás en la luna, Janita —me dijo Ismael, a sabiendas de que detestaba que me
               llamara así.


               Almorzamos exactamente lo mismo que habían preparado papá y Mara cuando
               esta e Ismael habían ido a visitarnos: pescado y plátanos fritos y arroz con coco.
               Una verdadera delicia.


               Los días que siguieron estuvieron llenos de descubrimientos pequeños o grandes:
               un helado multicolor en una copa enorme; las alegrías, qué nombre más lindo
               para un dulce; el aceite de coco; el desparpajo de grandes y chicos; el bullicio de
               las calles; una sala de cine sin techo; la destreza al bailar, la música
               omnipresente y, sobre todo, la maravilla de sentarse en la arena con el cielo y el
               mar por horizonte.


               Me enamoré perdidamente y para siempre de la costa. En la Cacerola fuimos a
               los pueblos y las ciudades cercanas, tratando de no pensar que poco a poco mis
               vacaciones iban tocando a su fin... Y el día de la partida llegó y me encontré en

               el aeropuerto rodeada de Mamita, Mara e Ismael, haciendo esfuerzos por no
               llorar y finalmente echándome a llorar inconsolable en los brazos de Mara.

               —A ver, Jana, esta no es sino la primera vez que vienes. Te prometo que haré

               todo lo posible para que en las próximas vacaciones estés aquí de nuevo.

               Su promesa me llenó de esperanza. Me tiré en los brazos de Mamita y luego en
               los de Ismael, que tenía los ojos brillantes.
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