Page 76 - La otra cara del sol
P. 76

Los dejé, seguí a la azafata, y mientras me acomodaba en mi asiento, sonreía al

               pensar en lo que Ismael me había dicho el día antes:

               —Jana, tu familia no te va a reconocer. Te volviste color chocolate.


               Era verdad. Estaba más negra que mi hermano el Negro, y para colmo llevaba el
               vestido blanco que Mara y Mamita me habían comprado en una de las tiendas
               chic de la ciudad.


               Cuando el avión despegó, recordé a Carlos y me pregunté en qué país andaría.
               Tomé el libro que él me había regalado y mirándolo empecé a viajar por el
               mundo. Dos horas después divisé allá abajo la colcha de retazos que formaban
               los cafetales, los platanales, los guaduales y me sentí contenta de volver a ver a

               los míos.

               Al entrar al aeropuerto divisé a papá y a Tatá, los saludé con la mano, pero no
               me respondieron, y cuando me acerqué no me reconocieron y siguieron

               buscándome con la mirada. ¡No me reconocieron!

               Agarré a papá por el brazo y le dije poniéndole cara de reproche:


               —¡Ya no reconoces a tu propia hija!


               —¡Jana! ¡Jana! ¡Dios mío! ¡No te reconocí! ¡Qué negra estás! ¡Qué hermosa! —
               se exclamaba papá abrazándome y deshaciendo el abrazo para contemplarme.


               Tatá estaba con la boca abierta y me miraba como si yo fuera un extraterrestre.
               Lo mismo hicieron Coqui y el Negro cuando se acercaron después de haber dado
               una vuelta por el aeropuerto.


               Sentí que había crecido, sentí que comenzaba otra etapa de mi vida y tuve la
               certeza de que mi padre y mis hermanos lo percibían.


               El taxi de Roque nos esperaba para emprender el camino a casa.


               Todos mis hermanos habían vuelto de sus vacaciones, y durante días nuestra casa
               no fue sino algarabía, pues cada uno quería contar lo que había hecho. Me
               pareció que mis hermanos menores habían crecido una barbaridad y vi a Fanny
               sonriente, más que de costumbre, cantando cada dos por tres canciones de amor,
               y más de una vez la sorprendí en conversaciones secretas con Tatá, algo que me
   71   72   73   74   75   76   77   78   79   80   81