Page 114 - Diario de guerra del coronel Mejía
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puso sobre aviso.
—¡No puede ser! —dijo mientras subía las escaleras a la carrera.
El Coronel y yo no teníamos ni idea de por qué se había puesto tan de buen
humor súbitamente, pues el padre Héctor nos había regañado nuevamente al
Coronel y a mí por tratar de cumplir nuestro deber (pilló al Coronel dentro de un
confesionario estudiando a los feligreses para detectar espías), y la señora
también había aplicado una buena reprimenda (dos cocos bien dados) a mi
superior.
—¡Manolo! —dijo la señora al abrir la puerta.
El tío, entonces, dejó de tocar y se fundió en un abrazo con su hermana,
levantándola en vilo. Era un hombre medio enclenque, con un gran greñero de
color rojo y una sonrisa tan grande que casi le daba la vuelta a la cara.
—¡Patricia!
Dieron varias vueltas abrazados hasta que ella, muerta de risa, suplicó ser puesta
de nuevo en el suelo.
—Y éste debe ser el coronel Mejía.
Al Coronel le llamó la atención que su tío se dirigiera a él por su grado. Tal vez
por eso fue que no se negó a darle la mano.
—Para servir a Dios y a la Patria —contestó mi Coronel al chocar la mano con
él.
—Es un gusto —dijo el tío mientras le guiñaba un ojo.
A eso siguió una sesión completa de cantos y bailes. A la señora Mejía le
gustaban sobre todo las canciones de María Grever y de Agustín Lara, con las
que el tío se dio vuelo en la guitarra, aunque también aparecieron por ahí “El
Chorrito” y “Bombón Primero”. Al final, el señor Mejía, al que nadie podía
refutarle nada, dijo que iríamos a comer a la calle para celebrar la llegada del tío.
Y así fue.
El Coronel estaba un poco receloso porque el tío era demasiado guasón y eso es