Page 117 - Diario de guerra del coronel Mejía
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—Lo único cierto es que cada quien tiene que seguir el dictado de su conciencia
—dijo el tío Manolo—. Yo por eso soy actor, porque no hay otra cosa que me
haga sentir mejor y más vivo.
—Pues a mí nada me hace sentir mejor que pelear en la guerra contra el enemigo
—dijo el Coronel.
—Pues entonces está bien. Cada quien su conciencia.
El tío Manolo paró entonces un libre, y en cuanto estuvimos arriba, le pidió al
chofer que nos llevara a la casa. Pero yo sé que el Coronel, durante todo el
trayecto, no podía dejar de pensar que, según el tío Manolo, es la conciencia la
que dicta lo que tienes que hacer. Y que si lo que te dicta te hace sentir bien,
entonces estás en el camino correcto; si no, entonces deberías cambiar de
dirección en tu vida. Sé que pensaba esto porque aún no pasaba ni una semana
de nuestra primera acción de guerra y ambos nos sentíamos todavía un poco
como cucarachas.
Cuando llegamos a la vecindad, el tío Manolo no quiso bajar del taxi, pues ya
llevaba algo de prisa.
—Hasta pronto, Poncho. Diles a tus papás que luego vengo por mi guitarra.
—Sí, señor —contestó el Coronel, aún taciturno.
—¡Ah!, por cierto, muy bien pensado lo del cocodrilo.
—¿Lo del cocodrilo?
—Sí, me pareció excelente que lo engañaras con ese tronco. Ahora hay que
resolver qué hacemos nuevamente con los piratas.
Y diciendo esto, guiñó un ojo y cerró la portezuela del auto, dejando al Coronel
completamente ensimismado. Nadie excepto él sabía que, después de haber
engañado al cocodrilo con un tronco en forma de cocodrila, el barco pirata los
había vuelto a divisar en el río y ya preparaban los cañones para atacarlos.