Page 113 - Diario de guerra del coronel Mejía
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—Está bien, Coronel.
Pero era imposible que me quedara. Y menos sabiendo que habría pastel y
golosinas. Así que, a las siete en punto, llegamos a la puerta del departamento
15.
—Poncho. ¡Qué puntual! —dijo la señora Fuentes.
El Coronel le entregó la gelatina que la Generala había enviado a la fiesta.
—Qué amable tu mamá. Pasa. ¿Estás seguro de que no te pegas en un cachete
con ese rifle?
—Soy un experto.
Entró a la casa, en la que, para su fortuna, sólo había familiares. Y casi todos
mayores. Ni pista de los espías. Colgó su rifle y su boina en el perchero. Sofi
apareció, con un vestido azul muy mono.
—¿Y el cabo Ipana?
—No vino. Está bajo arresto por faltar a su palabra de militar.
¡Qué va! Ya parece que me iba a perder el pastel y la gelatina.
—Bueno, no importa. ¿Quieres jugar damas chinas?
Es imposible decir si las damas chinas son un juego de estrategia, pero el
Coronel estuvo perdiendo todos los partidos. Probablemente tuviera que ver con
el hecho de no poder quitarle la vista de encima a Sofi siempre que ella miraba al
tablero, o al hecho de estar a solas en su habitación con ella, o al hecho de que su
corazón no dejaba de latir apresuradamente cada vez que, sin querer, se rozaban
con la mano.
El domingo siguiente no podía pasar inadvertido, aunque el Coronel no haya
plasmado nada en su diario, puesto que ocurrió algo de singular importancia: el
tío Manolo llegó de Mérida sin avisar siquiera.
Al volver de misa de una, cuando subíamos las escaleritas al departamento, la
señora Mejía se dio cuenta enseguida; el sonido de una guitarra fue lo que la