Page 134 - Diario de guerra del coronel Mejía
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molestó conmigo:


               —La única duda que tengo, cabo, es respecto a si conviene acabar con Bola de
               Arroz o tomarlo prisionero. ¡Y que sea la última vez que cuestiona a su superior!


               —Sí, mi Coronel.


               Pero lo cierto es que ese mismo día, por la tarde, el Coronel me había llevado a
               hacer nuestro patrullaje a la rotonda de los cañones. Al dar la vuelta sobre Enrico
               Martínez se detuvo para reprenderme.


               —¡Cabo, no se retrase! Y que no lo vuelva yo a ver mirando hacia esa ventana.


               En realidad era él quien se retrasaba y torcía el cuello. Pero preferí no hacerlo
               enojar más. Al llegar a la rotonda de los cañones nos topamos nada más ni nada
               menos que con el enemigo. Estaba detrás de un cañón en compañía de su padre,
               un japonés alto y con traje muy elegante.


               —Cabo. Cuidado. Es posible que de ésta no salgamos vivos.


               —Que Dios nos ayude, Coronel.


               —Es una lástima no contar con una enfermera, ¿no lo cree?


               —Vaya que sí, Coronel.

               Nos aproximamos a los cañones y nos ocultamos detrás de uno. Pero fue inútil,

               el japonés mayor ya nos había divisado. Creí que nos llenarían de plomo.

               —Hola —dijo al acercarse—. Tú debes ser Poncho. Mi esposa me platicó de ti.


               El Coronel se sintió satisfecho de su fama. Nunca sabría que la señora Matsui
               había hablado con su esposo de un “amiguito de Ryoji muy chistoso que carga
               un rifle, un cuaderno y un libro para todos lados”.


               —Ven. Estamos haciendo bailar un trompo.


               El Coronel se aproximó. Antes, me dijo:


               —Finjamos, cabo. Hay que hacerlos sentir confianza. Así será más fácil
               atacarlos.
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