Page 135 - Diario de guerra del coronel Mejía
P. 135
Bola de Arroz no saludó al Coronel y éste tampoco lo hizo. Estuvimos
contemplando cómo el niño japonés intentaba hacer bailar su trompo sin mucho
éxito.
—Deja que lo intente Poncho, Ryoji —dijo el señor Matsui.
Bola de Arroz se sentó sobre un cañón sin decir nada. El Coronel tomó el trompo
y le enredó la cuerda. En un tiempo había practicado mucho. Antes de la película
del elefante volador, hasta hacía competencias con otros niños. Lanzó la cuerda y
el trompo cayó de pie en su mano.
—¡Mira, Ryoji! —festejó el señor Matsui—, cualquiera diría que es fácil, ¿no?
Bola de Arroz se encogió de hombros. Entonces el señor Matsui miró su reloj y
en su rostro se reflejó cierta urgencia.
—¡Qué tarde es! Tengo que volver al trabajo. ¡Nos vemos, muchachos!
Y diciendo esto, corrió hacia General Prim, dejándonos solos con el enemigo. El
Coronel estuvo haciendo bailar el trompo unas cuantas veces hasta que se
aburrió y lo devolvió. Ninguno decía nada. Entonces, Bola de Arroz sacó del
bolsillo de su pantalón corto una bolsa de pepitas. Comenzó a comer por un rato
hasta que, de pronto, extendió la mano y le convidó al Coronel.
El Coronel se recargó en el cañón sin decir nada y comió de la bolsa de Bola de
Arroz hasta que se acabaron las pepitas.
—Cuando sea nuestra primera batalla, seré compasivo contigo —dijo mi
Coronel de pronto.
—Te puedo vencer cuando quiera —contestó Bola de Arroz.
—Eso lo veremos.
—¡Ja! ¡Claro que lo veremos!
Volvieron a quedarse en silencio.
—¿Quieres chocolate? —dijo mi Coronel entonces, extrayendo una barra de su
propio pantalón.