Page 82 - El hotel
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               FILA INDIA






               EL ABUELO AQUILINO encendió la chimenea y todos nos dejamos caer en los
               sofás. Empezó a llover. El agua golpeaba los cristales y el silencio angustiado
               del comedor. Creí que de un momento a otro me iban a regañar por bocazas,
               pero las preocupaciones de la familia iban por otros derroteros. La tía Violeta, la
               más amedrentada y sensible de las tías, habló por todos:


               –¡Pobre señor X! ¡Mira que no darnos cuenta de su soledad!


               –¿Y el detalle de los guantes blancos? ¿No es muy romántico el detalle de los
               guantes blancos? –dijo exaltada la tía Juanita.


               Hasta mamá Leo exclamó:


               –¡Pobre muchacho!


               El abuelo Aquilino, que era el único que permanecía en pie, golpeó el suelo
               varias veces con el bastón, contrariado:


               –¡Imperdonable, es imperdonable no habernos dado cuenta!

               Así es mi familia. En lugar de pensar en la que se le venía encima, se preocupaba

               por el antipático ladrón de ilusiones.

               –¡Esto hay que arreglarlo! –dijo de pronto la tía Azucena, levantándose del
               sofá–. ¡Pues buenos somos nosotros! ¡Esto hay que arreglarlo!


               Y se pusieron a discutir la forma de hacerlo. No te voy a contar las ideas
               peregrinas que surgieron. Incluso la farmacéutica, entusiasmada con su papel de
               duquesa, se ofreció voluntaria para hacerse pasar por Marie Cecereu. Al final, se

               convino en que iríamos a buscar al señor X a su oficina todos juntos, para
               disculparnos por no haberle sabido comprender e invitarle a comer al hotel. De
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