Page 86 - El hotel
P. 86
–¡Pues los tiene, chúpate esa! –exclamó el tío Florencio, que a veces es mejor no
llevarle a los sitios.
El abuelo nos miró a todos con severidad y ordenó silencio. Después se adelantó
hacia la puerta del despacho y golpeó dos veces.
–¡Adelante! –escuchamos. Y era la voz del gorrión amortiguada por la puerta.
El abuelo Aquilino abrió. Con el ímpetu, los bigotes se le agitaron. Los peinó y,
mirándonos de aquella manera que venía a significar «¡Alehop!», nos metimos
todos en el despacho, y eso que era pequeño.
Tardamos en encontrar cada cual un sitio y hubo empellones, pisotones y hasta
tirones de pelo, pero nos recompusimos.
Al principio, nos costó verlo. El señor X estaba agazapado detrás del escritorio,
tiritando de miedo. No tenía muy claro cuál era el motivo de la visita y si
veníamos en son de paz o de guerra, como los indios aquellos de las Américas.
Había que verle, tan esmirriado y encogido, el pobre.