Page 90 - El hotel
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–Pero el informe no lo cambio.


               –¡Entonces, hasta las dos!


               El abuelo Aquilino dio la orden y nos dispusimos a salir de aquel diminuto
               despacho. Los que estaban más cerca de la puerta eran el notario y el forense.


               –¡Por favor, usted delante! –dijo el señor Aguado, tan educado como siempre.


               –¡No, por favor! ¡Usted primero! –le animó Currito, cortés como el que más.


               –¡No, no! ¡Yo detrás de usted!


               –¡Ni hablar! ¡Usted delante!

               Y así estuvieron un buen rato mientras el aire del despacho se espesaba y el calor

               nos hacía sudar a chorros. Podían pasarse horas así, bien lo sabíamos, porque
               alguna vez se habían sentado en las escaleras del hotel sin haber llegado a entrar.

               La farmacéutica, que era buena a rabiar pero que paciencia tenía poca, se abrió

               paso a empujones y, al llegar a la puerta, gritó:

               –¡Aquí la primera ye una servidora, que pa algu fue duquesa!


               Y salió.


               Detrás fuimos todos.
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