Page 92 - El hotel
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Nos miramos tratando de buscar al que era de Orense, pero solo vimos al notario
echarse a llorar. El abuelo se dio un golpetazo en la cabeza con la mano y
exclamó:
–Pero si seré olvidadizo... ¡Ahora vengo!
Entonces, alguien dijo:
–El forense, es para el forense.
Y todos:
–¡Aaah!
Y Currito:
–¿Para mí? ¿Zerá por mi trazlado?
Ansioso, pero sin perder las maneras, cogió el teléfono, se ajustó la corbata, hizo
un par de gorgoritos y dijo con mucha notoriedad:
–¿Zí?
Todos tratábamos de entender qué decía aquel alambre de voz que bisbiseaba al
otro lado del teléfono. Currito, cada vez más circunspecto, asentía.
–¡Zí!... ¡Ajá!... ¡Ezo eh!... ¡Zí!... ¡No!... ¡Zí!... ¡Ya!... ¡Ajá!... ¡Zí, zí!...
¡Graciah!... ¡Buenoz díah!
Y colgó con la cara sonriente.
–¿Qué? –preguntamos.
–¡Me han dado el trazlado a Cái!
Todos aplaudimos y le vitoreamos.
De reojo vi cómo el tío Manolo trataba de sonreír y no le salía.