Page 85 - El hotel
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Y así, al día siguiente, todos vestidos muy elegantes y en fila india, salimos del
hotel en dirección al banco. Había que vernos; qué buen aspecto teníamos.
Incluso mamá Leo y Juanita y el notario dejaron atrás sus penas para acometer
esta misión especial. La gente nos saludaba al pasar y nosotros levantábamos la
mano o movíamos la cabeza con una gravedad que nos daba mucho empaque.
Pero yo no podía evitar pensar en qué pasaría después.
–¿Qué va a ser de nosotros? –le pregunté a mi madre–. ¿Qué va a pasar cuando
el abuelo venda el hotel?
–Bueno, eso ya lo discutiremos –dijo ella, tan de la familia como la que más–.
Lo primero es lo primero.
Llegamos al banco y todos los empleados levantaron las cejas a la vez,
sorprendidos. Éramos una multitud, no había duda, encabezada por el abuelo
Aquilino, la tía Azucena y la farmacéutica, que a codazos se había hecho sitio en
primera fila.
El abuelo carraspeó muy educado y, dejando caer las gafas de pinza al borde de
su nariz, preguntó hincándose en el bastón:
–¿El señor X, por favor?
Una empleada, con los ojos desorbitados, nos señaló una puerta.
–Ese es su despacho. Pero si es por algún asunto del banco, yo puedo atenderlos.
No sé si temía que atentáramos contra el señor X por el informe dichoso o si
realmente tenía deseo de ocuparse de veintidós clientes de un solo tacazo. Su
rostro se distorsionó un poco más cuando el abuelo le confesó:
–Oh, no. Es personal. Somos sus amigos.
–¿Todos?
–Todos.
–¡Pues yo creí que no tenía amigos! –dijo ella un poco fatua.