Page 23 - Puerto Libre. Historias de migrantes
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—Contigo no se puede hablar. Mejor me pongo a lavar de una vez.


               Veinte minutos después del último diálogo, cayó la primera gota.


               Mi Hermana y yo nos escondimos, porque la verdadera tormenta, anunciada por
               una risita de la Yaya y un gruñido de mi mamá, se avecinaba.






               Y ahora viene el momento de revelar el principal secreto de la relación entre mi
               madre y mi abuela: ambas son unas mentirosas de altísimo nivel.


               Mienten porque sí, o porque no les gusta el mundo y quieren componerlo a punta
               de mentiras. O porque se aburren o porque opinan que la verdad pelona no hace
               tanta gracia como la adornada. O porque habían sido el único consuelo la una de
               la otra demasiado tiempo y a esas alturas ya no sabían cómo era que la verdad
               tenía que ser dicha: ya se sabe que los consuelos, cuando se toman en serio su
               papel de consolar a alguien, tienen que ser una reverenda mentira.






               Otro dato importante. Mi Yaya es ciega, se quedó viuda muy joven y no sabe
               cómo es la cara de su única hija. Con eso el panorama de las consolaciones
               comienza a abrirse.
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