Page 30 - Puerto Libre. Historias de migrantes
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A su tremenda falsedad cuando escribía “Tengo mucho trabajo, ni tiempo me da

               para ponerme triste”, nosotras respondíamos con otro flagrante embuste: “A
               Angélica ya se le empezaron a caer los dientes y lo celebramos yendo por un
               helado. Todo muy bien por acá”.


               Y así, cartas iban y cartas venían. Sílabas formadas con la casi única finalidad de
               engañar al destinatario. Aunque engañar, no engañaban a nadie. Nosotras
               sabíamos que mi papá sí que estaba triste, mucho. Y lo sabíamos porque nosotras
               mismas lo estuvimos cada amanecer de aquel año, y eso que al menos teníamos
               el consuelo de tenernos las unas a las otras. Él, por su parte, estaba solo.


               ¿Por qué ante la tristeza o el enojo preferimos la mentira? ¿Por qué no soltar
               unas cuantas verdades de vez en cuando?


               —Porque tu papá no la tiene fácil. Imagínate lo mucho que nos extraña allá, tan
               solito, y si encima le echamos nuestras tristezas, pues va a ponerse mucho peor
               —mi mamá trataba de razonar conmigo.


               —Pero si él está triste, nosotras estamos tristes y todo es llanto, ¿no sería mejor
               decirnos la verdad? A lo mejor soltándole de frente que nos sentimos de la
               patada conseguimos que nos explique qué diablos anda haciendo en un lugar tan
               lejos de todo y en donde, de todos modos, está peor que antes de que se fuera.


               Ante ese tipo de cosas, mi mamá prefería hacer como que le había llegado al
               fondo del alma el dolor que estaba padeciendo la protagonista de la telenovela en
               turno por haber recibido alguno de los cuarenta y ocho golpes mortales que
               suelen recibir capítulo a capítulo. Solo así se permitía llorar.
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