Page 35 - Puerto Libre. Historias de migrantes
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necesitar tres camas con mayor urgencia que un mueble que mantuviera la leche

               lejos del estado de descomposición.

               Yo sí lo entendía: los productos perecederos le hacían mucho menos falta que un
               colchón donde acomodarse por las noches. La comida se consigue en cualquier

               diner; la seguridad que otorgan unas sábanas de tu propiedad, una almohada
               ajustada a la forma de tu cabeza y unas cobijas que lo mismo sirven para
               proteger del frío que de los malos pensamientos, solo puede crearse en un sitio al
               que puedas llamar Mi Casa.


               Mi papá tenía un trabajo bien pagado que le permitía mantener a su familia en
               México, tenía amigos, los sábados se iba a pescar al puerto libre de Freeport y
               los domingos pasaba a formar parte de la familia de don Juan.


               Mi papá no estaba del todo mal, pero los arranques de nostalgia le nublaban la
               vista a menudo y encogían el diámetro de su garganta, que se achicaba y se
               achicaba hasta que ya no le era posible dejarle espacio al más delgado de los
               hilos de saliva, que terminaba convirtiéndose en un nudo.


               No estaba mal, pero se fingió enfermo en la Navidad y la pasó solo porque no
               podía soportar a otros padres con otros hijos que no fueran él, Mi Hermana y yo.


               No estaba mal, pero hacía horas extra hasta casi matarse de cansancio con tal de
               no llegar a las soledades de su casa.


               No estaba mal, pero cada día le costaba más trabajo inventar mentiras para
               contarnos en sus cartas.


               Mi papá no estaba mal, pero sentía que la vida se le iba por el agujero que la
               nostalgia le había hecho en el cuerpo.
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