Page 40 - La vida secreta de Rebecca Paradise
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–Estás en mi equipo –dijo la capitana. No era perfecto, pero era suficiente.
Todo el mundo empezó a moverse de un lado a otro, y yo también. Trataba de
ser útil, aunque no sabía cómo. Todavía quedaban diez minutos para el final del
recreo.
–¡Venga, equipo, vamos a ganar este partido! –gritaba Sofía agitando sus aros.
Me gustó que me llamaran «equipo», y empecé a esforzarme en serio. Enseguida
me encontré sofocada y sudorosa como los demás, y resoplaba y daba saltos
como los demás, y gritaba «¡estoy sola!, ¡estoy sola!» y «¡pásala!, ¡pásala!»
como los demás.
¡Y lo verdaderamente sorprendente es que me la pasaban!
De repente me di cuenta de que me estaba divirtiendo. En aquel momento, ni
siquiera los magos parecían tan antipáticos. El patio giraba y giraba a mi
alrededor.
Quizá mi escuela número cuatro no era tan mala después de todo. Quizá una
carcajada no significa tanto como yo creía. Quizá hasta Sofía me cogería para el
periódico. Y entonces podría ser amiga suya y, ¿por qué no?, una gran periodista.
Así, de mayor tendría un despacho propio, y una máquina de escribir, y una taza
de café con mi nombre y sin café (recuerda que no me gusta), y un lápiz en la
oreja, y bajo el lápiz unos aros como los de Sofía, y un teléfono sonando sin
parar, y un balón golpeándome en la cabeza, y el culo metido en un charco de
agua sucia...
Lo del balón y el charco no lo había imaginado. Estaba tan distraída inventando
cosas que me había quedado como un pasmarote en medio del campo, y la pelota
me había dado de lleno en la frente y me había tirado al suelo.
Riéndome un poco de mi torpeza, alargué la mano hacia Sofía para que me
ayudara a levantarme.
Pero no lo hizo.
También los demás siguieron jugando a mi alrededor como si yo no existiera.
Confundida, miré hacia el rincón desde donde nos vigilaba Leanne. Pero ya no
estaba allí, sino que se alejaba de regreso al edificio.