Page 132 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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126           OCUPACION  DE  LAS  COSTAS  DEL  ASIA  MENOR

       alzara  el  palacio  del  rey  de Lidia;  aquél  fué  el  lugar  escogido  por  Alejandro  para
       la  edificación  del  templo  que  de  allí  en  adelante  habría  de  embellecer  la  alta
       ciudadela del tan festejado Creso.
           Sardes  se  convirtió  en  el  segundo  punto  importante  de  la  línea  de  operacio­
        nes  de Alejandro,  en la  puerta  para  el  interior  del  Asia  Menor,  al  que  conducían
       los  grandes  caminos,  partiendo  de  este centro  comercial  de  las  costas  asiáticas.  El
       gobierno  de  Lidia  fué  confiado  a  Asandro,  hermano  de  Parmenión;  fueron  pues­
        tos  a  sus  órdenes,  como  guarnición  de  la  satrapía,  un  destacamento  de  caballería
       y  cierto  número  de  tropas  de  infantería  ligera;  quedáronse  en  Sardes,  al  lado  de
       Asandro, Nicias y Pausanias, del grupo de los  “hetairos”,  el segundo como coman­
       dante en jefe  de la ciudadela y de su  guarnición, para la  que  se  destinó  el  contin­
        gente  de Argos,  y  el  primero  como  encargado  de  repartir  y  percibir  los  tributos.
        Otro  cuerpo  de  ejército,  formado  por  los  contingentes  de  los  peloponesios  y  por
        los  demás helenos  fué enviado  a  la  comarca  perteneciente  al  rodio  Memnón bajo
        el  mando  de  Calas  y  del  Alejandro  lincestio,!i que  había  sustituido  a  aquél  en  la
        jefatura de la  caballería tesaliense.  Después  de la  caída  de  Sardes,  podía  reputarse
        necesario  proseguir  también  la  ocupación  por  el  flanco  izquierdo  y  apoderarse
        del resto de las  costas  de la  Propóntide y  del camino  que  conducía  al  interior  del
        país  por  el  río  Sangario.  Finalmente  después  de  la  batalla  del  Gránico,  la  flota
        —mandada  por  Nicanor—  debió  de  recibir  órdenes  de  hacerse  a  la  vela  rumbo
        a Lesmos y a Mileto; la aparición de los barcos  sería,  probablemente,  la  que  deci­
        diría  a  Mitilene  a  unirse  a  la  liga  macedónica.
            Alejandro  se  encaminó,  al  frente  de  las  fuerzas  principales  de  su  ejército,  de
        Sardes  a  la  Jonia,  cuyas  ciudades  venían  soportando  desde  hacía  largos  años  el
        yugo  de  guarniciones  persas  o  de  oligarcas  afectos  a  la  causa  del  imperio  y  que,
        por mucho que se hubiesen doblegado a la larga servidumbre,  no  dejaban de sentir
        la  nostalgia  de  su  antigua  libertad,  que  ahora  parecía  que  iba  a  serles  restituida
        como por un milagro de los  dioses. No  se piense,  sin embargo,  que  este  estado  de
        espíritu  se  manifestaba  en  todas  partes;  allí  donde  la  facción  oligárquica  era  lo
        suficientemente  fuerte,  el  demos  no  podía  alzar  la  voz;  pero  no  cabía  la  menor
        duda  de  que,  cuando  fuese  acercándose  el  poder libertador,  la  democracia  se  im­
        pondría; y luego,  al modo helénico,  una  alegría  jubilosa  y  desenfrenada y  un  odio
        pasional  contra los  opresores  marcarían los  comienzos  de la  nueva  era  de libertad.
            Efeso,  la  reina  de  las  ciudades  jónicas,  adelantóse  a  las  demás  con  un  gran
        ejemplo.  El  demos  de  esta  ciudad había  conquistado  su  libertad  todavía  en  tiem­
        po  de  Filipo,  tal  vez  a  consecuencia  de  los  acuerdos  tomados  en  Corinto  en  el
        año  338. Autofrádates había avanzado  con un ejército  hasta  las  puertas  de  la  ciu­
        dad,  para  castigar  aquella  insolencia;  ordenó  a  las  autoridades  que  saliesen  a
        conferenciar  con  él  y,  mientras  estaban  deliberando,  sus  tropas  atacaron  a  la  po­
        blación  de  la  ciudad,  ajena  a  todo  peligro,  tomando  prisioneros  a  muchos  y  ma­
        tando  a  gran  número  de  vecinos.  Desde  entonces,  Efeso  volvía  a  estar  bajo  la
        férula de una guarnición persa y el poder de la ciudad se hallaba  en  manos  de  Sir-
        fax  y  de  su  linaje.
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