Page 131 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 131

OCUPACION  DE  LAS  COSTAS  DEL  ASIA  MENOR       125
      del  Asia  Menor,  para  luego  poder  cruzar  tranquilamente  el  Tauro.  Aquellas
      costas,  cubiertas  de  ciudades  helénicas  o  helenizadas,  serían  más  fácil  y  más  segu­
      ramente  ganadas  para  la  causa  del  helenismo  triunfante  cuanto  antes  se  aprove­
      chase  la  impresión  causada  por  la  reciente  victoria.
          Alejandro confió la satrapía  de la  Frigia helespóntica  a  Calas,  hijo  de  Harpa­
      lo,  persona  que,  por  haber  residido  dos  años  en  aquella  región,  era  conocida  y
      parecía  el  más  adecuado  para  administrar  un  territorio  tan  extraordinariamente
      importante como aquél desde el punto  de vista  militar;  fuera  de  esto,  no  se  intro­
      dujo  cambio  alguno  en  la  administración  del  país,  y  siguieron  percibiéndose  los
      mismos  impuestos  que  antes  se  pagaban  al  gran  rey.  Los  habitantes  no  griegos
      del interior del país acudieron, en su mayor parte, a someterse de grado a la  nueva
      autoridad  y  se  les  envió  de  nuevo  a  sus  casas,  sin  más  requisitos.  Los  de  Zelea,
      que habían  sido  reclutados para luchar con  el ejército  persa  en  el  Gránico,  fueron
      perdonados,  teniendo  en  cuenta  que  se  habían  visto  obligados  a  pelear  por  la
      fuerza.  Parmenión  fué  destacado  a  Dasquilión,  residencia  del  sátrapa  frigio;  sin
      inconveniente  alguno,  tomó  la  ciudad,  previamente  evacuada  por  la  guarnición
      persa.  Por el momento, no era necesario seguir avanzando hacia el este, puesto que
      la  plaza  de  Dasquilión  bastaba  para  proteger  la  espalda  de  los  macedonios  en  su
      marcha  hacia el  sur.
          Por  su  parte,  Alejandro  se  dirigió  hacia  el  sur,  para  detenerse  en  Sardes,
      residencia  de la  satrapía  de Lidia.  La  ciudad  de  Sardes  era  famosa  por  su  antigua
      ciudadela,  emplazada  sobre  un  cerro  rocoso  que,  desde  el  Tmolos,  dominaba  la
      llanura  como  un  vigía;  en  esta  fortaleza,  rodeada  de  una  triple  muralla  y  consi­
      derada  como  inexpugnable,  custodiábanse  los  tesoros  de  la  rica  satrapía,  lo  que
      tal  vez  habría  inducido  al  gobernador  de  la  ciudad  a  reforzar  la  guarnición,  ya
      muy  importante  de  suyo;  aparte  de  que  Sardes,  si  hubiera  sido  posible  defender
      esta  plaza  con  fuerzas  suficientes,  habría  constituido  el  mejor  punto  de  apoyo
      para  el  poder marítimo  de  los  persas.  Alejandro,  que  no  había  dejado  de  hacerse
      todas  estas  consideraciones,  se alegró  mucho  cuando,  como  unas  dos  millas antes
      de llegar a la plaza,  vió  salir a su encuentro a  una  diputación  de la  que  formaban
      parte  Mitrines,  el  jefe  persa  que  mandaba  la  guarnición,  y  los  vecinos  más  pres­
      tigiosos,  para  entregarle  éstos  la  ciudad  y  aquél  la  ciudadela,  con  sus  tesoros.  El
      rey  destacó a Amintas,  hijo  de Andrómenes,  para  que  ocupase la  fortaleza,  mien­
      tras  él  se  detenía  a  descansar  unos  instantes  antes  de  proseguir  la  marcha;  en  lo
      sucesivo,  retuvo  a  su  lado  al  persa  Mitrines,  haciéndole  objeto  de  toda  clase  de
      distinciones,  tanto  seguramente  para  recompensar  su  sumisión  como  para  hacer
      ver a los  demás  cómo  sabía  premiar a  quienes  acataban  su  poder.  Restituyó  a  los
      sardenses y a todos los lidios la libertad y la constitución  de  sus  padres,’ de  que  se
      habían  visto  privados  durante  dos  siglos  bajo  la  opresión  de  los  sátrapas  persas.
      Y,  para  honrar a la  ciudad,  decidió  adornar la  ciudadela  con  un templo  del  Zeus
      olímpico;  en  el  preciso  instante  en  que  estaba  inspeccionando  los  terrenos  de  la
      acrópolis  para  buscar  el  lugar  más  adecuado,  estalló  un  tormenta  y,  entre  rayos
      y truenos,  descargó  una  lluvia  torrencial  sobre  el  sitio  en  que  en  otro  tiempo  se
   126   127   128   129   130   131   132   133   134   135   136